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Estación Espacial Internacional enmarcada en la completa oscuridad. / Imagen: NASA |
Uno de los parámetros de la órbita de la Estación alrededor
de la Tierra es el ángulo beta, que determina la dirección en la que nos
llegarán los rayos del Sol. Normalmente no nos preocupamos mucho por este
parámetro porque no nos afecta en nuestra vida cotidiana, excepto en ciertas
situaciones: cuando el ángulo beta está muy elevado, como lo ha estado estos
últimos días, pasamos largos periodos a la luz del Sol. El periodo de luz se
hace relativamente largo, mientras que las noches son muy cortas. Esto hace
difícil mirar hacia el exterior de la Estación y ver nuestro planeta de noche,
porque la Tierra está en la sombra mientras nosotros seguimos en la luz. Como
consecuencia, el exterior se ve completamente negro. Es como mirar por la
ventana por la noche cuando tienes las luces encendidas y fuera no hay ninguna
farola.
Últimamente, después de hacer la última comunicación por la
tarde con Houston y los otros Centros de Control, me preparo para tomar unas
cuantas fotos pero me doy cuenta de que no hay nada visible en el cielo. Hemos
estado viajando inmersos en el espacio completamente negro.
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Vista del laboratorio Columbus / Imagen: NASA |
Ahí es cuando pensé en usar una de las piezas del equipo en
el laboratorio europeo Columbus, un instrumento que a veces está un poco
abandonado por nosotros los astronautas: un equipo de radioaficionado. Debo
confesar a todos los amantes de la radioafición que yo nunca lo he sido. Como
militar, fui entrenado para usar la radio profesionalmente, siguiendo el mantra
de las 4Cs – Clear, Correct, Concise Comms (Comunicacones Claras, Correctas y
Concisas), que era repetido al comienzo de cada misión. Era un contacto de
radio como medio, nunca como fin en sí mismo. De hecho, a veces cuando
volábamos en misiones muy complejas, la interferencia causada felizmente sin
darse cuenta por entusiastas radioaficionados “explorando” nuestras frecuencias
nos llevaba inevitablemente a una gran frustración y mal humor.
Así que os podéis imaginar mi dudosa diversión cuando,
hace unas semanas, me senté en la radio por primera vez, buscando establecer
algún tipo de “contacto” entre la Estación y la Tierra…
Puse la radio en la frecuencia “aleatoria”, y sin saber que
esperar me puse los cascos. Físicamente, la Estación Espacial Internacional
seguía estando a muchos kilómetros de distancia de las costas de Europa, pero
nuestro horizonte se extiende miles de kilómetros debajo de nosotros y varias
estaciones europeas en tierra ya nos podían ver. Mis oídos enseguida se vieron
envueltos en una cacofonía de sonidos y ruidos irreconocibles, voces, chirridos
y ruido blanco. Pero de repente, una voz surgió por encima del resto de
sonidos; era un chico joven, en mi mente poco más que un niño. Estaba llamando al
distintivo de llamada americano de la ISS (NA1SS) y repitiendo su propio
distintivo de llamada. Me sorprendí por la emoción que se despertó en mí
mientras trataba de responder a la llamada, usando el distintivo de llamada
italiano (IR0ISS). Pero mi emoción no fue nada comparado con la perplejidad e
incredulidad que escuché en esa voz, a miles de kilómetros. Hablando inglés con
un bonito acento portugués, el operador de radio al otro lado de la señal sólo
puedo decir unas pocas palabras – “No sé qué decir… ¡Para mí esto es un sueño
hecho realidad! – antes de que nuestra conversación se viera interrumpida y
enterrada por los enjambres de otras llamadas.
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La costa mediterránea y una tormenta acercándose / Imagen: NASA |
Durante unos 15 minutos mientras pasábamos sobre el oeste,
centro y este de Europa, intenté contestar a docenas de personas que enviaban
sus mensajes al éter con la esperanza de que, a miles de kilómetros de
distancia, la antena de la Estación Espacial recogiera su señal y yo fuera
capaz de descifrar lo que estuvieran diciendo. Desde diferentes países, con
diferentes equipos de radio, pero todos con el mismo deseo, estas personas –
hasta hace un momento completos extraños – comenzaron a tomar forma en mi
mente. Se convirtieron en miembros de una familia, esparcida en miles de islas
y en contacto unas con otras sin otra cosa que estos “mensajes en botellas”,
enviados sin certeza pero con la vaga esperanza de que alguien en algún lugar
los recogería. Mensajes enviados con paciencia estoica, sin saber quién podría
escuchar su llamada en ese infinitamente inmenso océano de éter. Hombres,
mujeres, jóvenes y mayores, expertos y principiantes – todos me envolvieron en
un manto de amistad y gratitud, sin darse cuenta de que soy yo el que les
debería agradecer a ellos por abrirme las puertas a una experiencia que empezó
con ese chico joven en Portugal, y que cruzar el espacio y el tiempo, alcanza
el corazón de cada radioaficionado incluso antes de alcanzar sus oídos.
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