martes, 13 de agosto de 2013

Mensaje en una botella



Estación Espacial Internacional enmarcada en la completa oscuridad. / Imagen: NASA

Uno de los parámetros de la órbita de la Estación alrededor de la Tierra es el ángulo beta, que determina la dirección en la que nos llegarán los rayos del Sol. Normalmente no nos preocupamos mucho por este parámetro porque no nos afecta en nuestra vida cotidiana, excepto en ciertas situaciones: cuando el ángulo beta está muy elevado, como lo ha estado estos últimos días, pasamos largos periodos a la luz del Sol. El periodo de luz se hace relativamente largo, mientras que las noches son muy cortas. Esto hace difícil mirar hacia el exterior de la Estación y ver nuestro planeta de noche, porque la Tierra está en la sombra mientras nosotros seguimos en la luz. Como consecuencia, el exterior se ve completamente negro. Es como mirar por la ventana por la noche cuando tienes las luces encendidas y fuera no hay ninguna farola.

Últimamente, después de hacer la última comunicación por la tarde con Houston y los otros Centros de Control, me preparo para tomar unas cuantas fotos pero me doy cuenta de que no hay nada visible en el cielo. Hemos estado viajando inmersos en el espacio completamente negro.

Vista del laboratorio Columbus / Imagen: NASA
Ahí es cuando pensé en usar una de las piezas del equipo en el laboratorio europeo Columbus, un instrumento que a veces está un poco abandonado por nosotros los astronautas: un equipo de radioaficionado. Debo confesar a todos los amantes de la radioafición que yo nunca lo he sido. Como militar, fui entrenado para usar la radio profesionalmente, siguiendo el mantra de las 4Cs – Clear, Correct, Concise Comms (Comunicacones Claras, Correctas y Concisas), que era repetido al comienzo de cada misión. Era un contacto de radio como medio, nunca como fin en sí mismo. De hecho, a veces cuando volábamos en misiones muy complejas, la interferencia causada felizmente sin darse cuenta por entusiastas radioaficionados “explorando” nuestras frecuencias nos llevaba inevitablemente a una gran frustración y mal humor.

Así que os podéis imaginar mi dudosa diversión cuando, hace unas semanas, me senté en la radio por primera vez, buscando establecer algún tipo de “contacto” entre la Estación y la Tierra…

Puse la radio en la frecuencia “aleatoria”, y sin saber que esperar me puse los cascos. Físicamente, la Estación Espacial Internacional seguía estando a muchos kilómetros de distancia de las costas de Europa, pero nuestro horizonte se extiende miles de kilómetros debajo de nosotros y varias estaciones europeas en tierra ya nos podían ver. Mis oídos enseguida se vieron envueltos en una cacofonía de sonidos y ruidos irreconocibles, voces, chirridos y ruido blanco. Pero de repente, una voz surgió por encima del resto de sonidos; era un chico joven, en mi mente poco más que un niño. Estaba llamando al distintivo de llamada americano de la ISS (NA1SS) y repitiendo su propio distintivo de llamada. Me sorprendí por la emoción que se despertó en mí mientras trataba de responder a la llamada, usando el distintivo de llamada italiano (IR0ISS). Pero mi emoción no fue nada comparado con la perplejidad e incredulidad que escuché en esa voz, a miles de kilómetros. Hablando inglés con un bonito acento portugués, el operador de radio al otro lado de la señal sólo puedo decir unas pocas palabras – “No sé qué decir… ¡Para mí esto es un sueño hecho realidad! – antes de que nuestra conversación se viera interrumpida y enterrada por los enjambres de otras llamadas.

La costa mediterránea y una tormenta acercándose / Imagen: NASA
Durante unos 15 minutos mientras pasábamos sobre el oeste, centro y este de Europa, intenté contestar a docenas de personas que enviaban sus mensajes al éter con la esperanza de que, a miles de kilómetros de distancia, la antena de la Estación Espacial recogiera su señal y yo fuera capaz de descifrar lo que estuvieran diciendo. Desde diferentes países, con diferentes equipos de radio, pero todos con el mismo deseo, estas personas – hasta hace un momento completos extraños – comenzaron a tomar forma en mi mente. Se convirtieron en miembros de una familia, esparcida en miles de islas y en contacto unas con otras sin otra cosa que estos “mensajes en botellas”, enviados sin certeza pero con la vaga esperanza de que alguien en algún lugar los recogería. Mensajes enviados con paciencia estoica, sin saber quién podría escuchar su llamada en ese infinitamente inmenso océano de éter. Hombres, mujeres, jóvenes y mayores, expertos y principiantes – todos me envolvieron en un manto de amistad y gratitud, sin darse cuenta de que soy yo el que les debería agradecer a ellos por abrirme las puertas a una experiencia que empezó con ese chico joven en Portugal, y que cruzar el espacio y el tiempo, alcanza el corazón de cada radioaficionado incluso antes de alcanzar sus oídos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario