jueves, 19 de septiembre de 2013

Salidas y llegadas



El sustantivo “estación”, al contrario que el verbo*, trae a la mente imágenes de movimiento: la ida y venida de viajeros, vehículos, bienes. En semanas recientes en la Estación Espacial Internacional, hemos tenido una demostración de las posibilidades que ofrece nuestra extraordinaria nave orbital, que lleva siendo mi hogar desde hace un poco más de tres meses.

HTV-4 / Imagen: NASA
La primera nave que partió fue Kounotori4, la Cigüeña Blanca (White Stork) japonesa que nos hizo compañía durante semanas, incrementando y enriqueciendo con su presencia el volumen del Node2. La nave de carga ha vuelto a la atmósfera terrestre, desintegrándose en una lluvia de plasma azul. Fui yo el que envió la orden que inició la maniobra de reentrada: seguí con mis ojos al vehículo de cargamento y vi el destello dorado del protector térmico delineado sobre el brillante azul de la Tierra, mientras se alejaba de la Estación Espacial. “Sólo es un robot”, me dije a mí mismo, “no hay necesidad de ponerse sentimental…” – pero estaba equivocado. Porque los corazones de todos los que habían participado en esa exitosa misión latieron un poco más rápido, y un poco de algo de lo que nos hace humanos acompañó a Kounotori4 en su último viaje.

La segunda partida fue la de los tres miembros de la tripulación de la Soyuz TMA-08M. Las similitudes que tiene con la partida desde la Tierra me parecen emocionantes. En días recientes observé a Chris según se iba acercando el día de su marcha. Hace casi un año observé como otro Chris (Chris Hadfield), al cual serví como astronauta de reserva, se preparaba para su lanzamiento. Ambos astronautas so npersonas tan extraordinarias que no hay nada que pueda perforar su armadura. Hace algunas noches aproveché un momento tranquilo después de un largo día de trabajo para preguntar a Chris sobre su retorno a la Tierra. “Creo que echaré de menos todo esto, pero estamos preparados… Sí, estamos preparados”, dijo. Después, en el mismo día de la partida, mientras Chris, Karen  y yo terminábamos nuestra última cena juntos en órbita, de repente Chris dijo, como continuando un pensamiento inacabado: “Lo más extraño es que entre todas las cosas que se me podrían ocurrir, el pensamiento que me viene ahora a la cabeza ahora mismo es que, el sábado, vosotros estaréis aquí limpiando, como siempre, mientras yo ya habré estado de vuelta en la Tierra unos cuantos días…”

Despedida de la Expedición 36 / Imagen: NASA
El torbellino de emociones parece llegar de repente y casi sin que me dé cuenta, llega la hora de cerrar la escotilla. Detrás de ella hay tres caras que me han acompañado en algunos de los momentos más extraordinarios de mi vida. Me refiero a todos y a ninguno en particular cuando digo adiós: “Estoy feliz porque vosotros estáis felices…”. Sus presencias, tan diferentes en personalidad y características, se resume perfectamente en sus tres resplandecientes sonrisas mientras se cierra la escotilla con una tranquila sensación de propósito, aislándolos dentro de un nave. Dentro de muy poco se pondrán sus trajes y se colocarán en sus posiciones y el ordenador de a bordo tomará vida bajo los hábiles dedos de Pavel y Sasha. Dentro de unas horas estarán en tierra.

Pensé largo y tendido sobre lo que quiso decir Chris cuando dijo eso. Conseguí la respuesta a través de mi mujer, cuando hablé con ella después de la partida. Con su percepción y sensibilidad, me explicó que él probablemente se estaba refiriendo al hecho de que durante los últimos seis meses, en un ambiente donde cada día presenta nuevos desafíos y nada es rutinario, la limpieza de los sábados era el único punto de referencia del paso del tiempo, de la normalidad. Y perder esa referencia, por muy modesta que sea, toma otra dimensión cuando todo está a punto de cambiar en cuestión de horas.

Lanzamiento de Cygnus / Imagen: NASA
Mientras tanto en la Estación continúa el trabajo, y yo encuentro consuelo en el inquebrantable paso del tiempo. Hay un dicho italiano que dice que por cada partida hay una llegada, y ya están en marcha las preparaciones para la llegada de una nueva nave de carga en su misión de prueba, Cygnus-D, el “Cisne”. Hace apenas unos días nos llegó la confirmación oficial de que seré yo el que ejecute la captura de la nave controlando el Canadarm: un nuevo desafío y otro entrenamiento para mí. Como en todas las misiones de prueba, se añade un nuevo componente a la ya extraordinaria naturaleza del trabajo, debido a la conciencia de que sigue siendo una fase experimental para esta nave. Siento una gratitud que aumenta exponencialmente hacia los que me han confiado esta tarea, porque ofrece una oportunidad única para el crecimiento profesional, no sólo para mí, sino también para las agencias espaciales a las que represento. Esta será la primera vez que un astronauta europeo esté a los mandos del Canadarm para capturar un vehículo en vuelo libre.

Por último, nos estamos preparando para la llegada de la otra mitad de la Expedición 37 – Oleg, Sergey y Mike. Todavía recuerdo la última vez que vi a Mike: yo estaba en el Centro Europeo de Astronautas en Colonia, Alemania, y acababa de finalizar mi último simulacro en el laboratorio espacial europeo, Columbus. Descendiendo por el largo corredor hacia la salida de camino al aeropuerto, recuerdo haber visto a Mike ocupado con su propio entrenamiento. Le saludé y me respondió con su amplia y amable sonrisa. Una vez estuve en Star City me di cuenta de que la próxima vez que lo vería sería en la Estación - ¡cinco meses después!

Me hubiera gustado organizar una bienvenida parecida a la que Chris me hizo a mí – cuando se afeitó la cabeza para parecerse a mí. Por desgracia, a pesar de mi permanencia en microgravedad, mi pelo se ha negado completamente a crecer. El desierto ha permanecido tan árido como la tierra quemada por el cegador Sol. Mike se tendrá que conformar con un abrazo fraternal y sincero.

*Se refiere a que station en inglés puede referirse también al verbo “estacionar”

jueves, 12 de septiembre de 2013

@Astro_Luca y los robots espaciales


Mientras me estoy preparando para un nuevo experimento en la Estación Espacial, no puedo evitar pensar, una vez más, en la película Star Wars. En una famosa escena Luke Skywalker está siendo entrenado para utilizar sus poderes con un pequeño y bonito droide. Mientras flota frente a él, el droide obliga a Luke a reaccionar con rapidez utilizando su espada láser para evitar ser alcanzado por el fuego de láser contrario.

La misma escena debe haber causado impresión en un profesor en el MIT en Boston, Estados Unidos, ya que pidió a sus estudiantes que desarrollaran ese mismo pequeño robot. Hoy voy a trabajar con uno de estos tres droides que tenemos en la Estación Espacial como parte de un experimento llamado SPHERES. El programa de prueba incluye una serie de experimentos en los cuales el droide rojo (al que sin forzar excesivamente mi imaginación he llamado Rojo) realizará una serie de maniobras alrededor del otro droide de color azul (¡a éste le he llamado Azul!). Rojo recibirá el plan de lucha a través de un smartphone que está conectado a su cerebro electrónico y mi trabajo es preparar el área de trabajo, enviar las órdenes a través de una interfaz en un ordenador y monitorear la ejecución de su plan de vuelo para intervenir si fuera necesario. La interfaz es intuitiva y vagamente familiar porque es similar a la que usé en K10, el pequeño rover explorador que es parte de otro experimento.

Los dos droides tienen el tamaño de un balón de fútbol y forma de poliedro que le hubiera gustado a Leonardo Da vinci. Necesitan dióxido de carbono a alta presión para sus pequeños motores con pequeñas boquillas localizadas de manera que se puedan mover en tres dimensiones. Su espacio operativo está limitado por cinco antenas que se comunican con los sensores del robot.

Un primer test sirve para comprobar los motores. El rítmico “click, click” provocado por la apertura y cierre de las válvulas se convertirá en un sonido familiar durante las próximas horas de prueba.

Coloco a los dos robots en el centro del área establecida para ello, intentando todo lo posible que se queden perfectamente quietos. Cuando doy la señal de “adelante” para comenzar el plan de lucha, Azul de mueve al centro de su espacio aéreo, mientras Rojo espera con una robótica e infinita paciencia hasta que su compañero está listo. Tan pronto como Azul se posiciona (es impresionante ver como el droide permanece completamente inmóvil en un ambiente donde todo está constantemente en movimiento), Rojo comienza a trabajar ejecutando el plan de vuelo. Rojo orbita alrededor de su compañero siguiendo una serie de puntos de navegación en un espacio tridimensional. Su trayectoria es visible a través de la interfaz y, en tiempo real, también veo las posiciones relativas de los dos droides: la cámara del smartphone me permite ver lo que ve Rojo mientras ejecuta su inspección. Rojo completa la maniobra perfectamente y el equipo de tierra que está siguiendo el experimento me da el OK para seguir adelante con el resto del experimento. Durante los siguientes 90 minutos, Rojo sigue unas trayectorias tridimensionales cada vez más complejas alrededor de su compañero y yo sólo intervengo esporádicamente cuando el plan de vuelo no es correctamente observado por los robots.

Pero Rojo y Azul no serán utilizados para entrenar a Luke (o a Luca, desafortunadamente). La idea de ser capaces de controlar robots en el espacio puede parecer simple (y lo es), pero cuando se trata de controlar a varios robots coordinadamente el problema aumenta exponencialmente. En el caso de hoy, Azul permaneció perfectamente inmóvil en el centro de su espacio asignado, por lo que la trayectoria de Rojo estaba libre de obstáculos. Pero si Azul hubiera fallado en sólo unos pocos milímetros, Rojo se habría estrellado contra las paredes de la Estación Espacial. No es un problema durante un experimento pero en un ambiente operacional ese riesgo es inaceptable.

Este tipo de experimentos son necesarios para entender cómo podemos utilizar robots en lugar de seres humanos para realizar tareas. Un robot que se pueda mover independientemente es altamente beneficioso para las exploraciones futuras, desde inspecciones de naves a análisis de atmósferas. La ventaja de usar un enjambre de pequeños robots es que ellos podrían trabajar juntos para reemplazar otro robot más grande. Es difícil poner en órbita objetos grandes y pesados, pero unos pequeños droides podrían ser transportados en un espacio sin utilizar y viajar a un coste muy bajo. También podría pensarse en lanzar las piezas de una nave junto con pequeños robots, ¡que montarían la nave independientemente!

Suena a ciencia ficción, pero hace un poco más de cien años también lo era volar. Puede parecer muy futurístico – pero el primer día del futuro es mañana.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El miedo y otros demonios


Imagen: NASA
Una de las preguntas que me hacen más a menudo es: “¿Vosotros los astronautas tenéis miedo alguna vez?”. Es una pregunta que siempre me pilla por sorpresa y encuentro difícil responderla en pocas palabras.

La tentación de responder simplemente “no” es grande, todo el mundo daría un suspiro de alivio y seguirían pensando que hay hombres y mujeres fuera de lo común que trabajan sin miedo: astronautas. Pero los súper-humanos no existen, y es mejor así.

Mi humilde opinión es que sólo los tontos dicen que nunca tienen miedo, y mienten cuando lo dicen. El miedo es una serie de sensaciones, un mecanismo primordial que se ha desarrollado durante milenios de evolución para preservar nuestras vidas. Sería un desperdicio no utilizar esa herramienta. Pero como cualquier herramienta, puede ser usada correcta o incorrectamente: un bisturí, en las expertas manos de un cirujano puede salvar una vida, mientras el mismo bisturí puede ser letal si se utiliza sin habilidad y conocimiento.

De la misma manera, el miedo tiene un efecto fisiológico que puede ser usado para responder mejor en situaciones críticas. Nuestra frecuencia cardíaca aumenta, llevando más sangre a los músculos, preparándolos para reaccionar. La adrenalina liberada nos hace más fuertes y menos sensibles al dolor y la fatiga. El miedo es una forma de estrés que puede ser canalizada para llevar nuestro rendimiento al máximo, una forma de estrés positivo llamado “eustress”. Lo importante es no llegar a la angustia o el pánico, ya que inmovilizan a la gente y nos hacen incapaces de responder en situaciones críticas.

Imagen: Aeronautica Militare
La mejor manera de aprender a manejar el miedo es a través de la preparación, entrenamiento y estudio. Al fin y al cabo, es lo que no conocemos lo que nos asusta. En un vuelo orbital o suborbital la mejor manera de eliminar el miedo es conocer tu aeronave y sus procedimientos lo mejor que puedas. Adquirir experiencia es la forma indispensable e irremplazable para afrontar situaciones para las que no estamos entrenados. Es imposible, y no siempre útil, anticipar todos los escenarios posibles.

Un piloto militar o civil sabe que volar es arriesgado. La posibilidad de que pase algo serio es muy baja, pero las consecuencias pueden ser desastrosas. La labor de los pilotos y los equipos que trabajan detrás de ellos es minimizar ese riesgo. Lo mismo se puede decir de cualquier otro entorno laboral, incluido el aeroespacial. Si me pongo a pensar en algunos de los momentos más arriesgados de mi vida, me doy cuenta de que el miedo es una sensación que está silenciosamente sin molestarme: durante mi despegue, mi concentración estaba enfocada en los procedimientos y herramientas. Durante mis paseos espaciales, mi atención estaba absorta con la propia experiencia. En ambos casos, todo estaba realzado por la confianza que tengo en la ciencia y los ingenieros que construyeron las máquinas que utilizamos y los equipos de hombres y mujeres que, desde la distancia, nos apoyan para crear un formidable “equipo tetragonal”.

Otras preguntas que me suelen hacer y requieren respuestas complejas se refieren a mi familia. Antes que  astronauta y oficial de la fuerza aérea, soy hijo, marido y padre. En algún lugar en la Tierra circulando debajo de nosotros a 28.000 km/h, hay una madre cuyo corazón palpita con cada despegue y aterrizaje y un padre con una fuerza estoica cuya sonrisa oculta su preocupación. Mi mujer no eligió mi trabajo pero afronta los quehaceres diarios de la vida y siempre aparece con un rostro sereno con dos niñas que todavía no pueden entender porque su papá no viene a casa cada noche como los papás de sus amigos. Soy consciente de ello. Pensar en mis compañeros pilotos de la fuerza aérea, héroes cotidianos llevando a cabo misiones en todo el mundo, me pone en perspectiva y me doy cuenta de lo privilegiado que soy. Comparado con su sacrificio, mis esfuerzos son insignificantes, aunque necesarios. Es mi homenaje a esos pilotos, trabajando lejos de sus hogares y familias, cumpliendo con su deber, en países extranjeros bajo muchos horrores y otros demonios, sin pedir nada a cambio, ni siquiera gratitud de su país.