miércoles, 28 de agosto de 2013

Escenas de la vida en el espacio: 2ª parte


Pavel

Pavel Vinogradov
El comandante de la Expedición 36, Pavel Vinogradov, es un cosmonauta muy experimentado que siempre tiene una amigable sonrisa en el rostro. Cada vez que me ve – nuestros caminos normalmente se cruzan 2 o 3 veces al día – intenta saludarme en italiano, llamándome rápidamente “signora” (“señora” en italiano), deseándome “buenas noches” aunque sean las 10 de la mañana, o deleitándome con un “bonjour!”. Pero su sonrisa es contagiosa y si le corrijo, se ríe abiertamente, llevando la mano a su frente con un sonoro “kanieshna” (“¡por supuesto! en ruso) y dándome las gracias. Sin embargo, normalmente hablamos en ruso, y hace algunos días tuve una conversación con él que me dejó bastante impresionado…

A.Misurkin / Imagen: Roscosmos
Durante la mayor parte de la EVA realizada por Fyodor y Alexander, las siete ventanas de la Cúpula se mantuvieron cerradas. Durante todo el evento, desde el momento que la escotilla se cerró, Pavel y Chris permanecieron metidos entre la cápsula Soyuz y el módulo MRM2, en un espacio no mucho más grande que un par de armarios. Así que no es sorprendente que tan pronto como los dos cosmonautas regresaron, Pavel y yo nos encontramos en la Cúpula para disfrutar un poco del “espacio abierto” después de 8 horas encerrados.

Cuando abrimos las ventanas, presenciamos otro amanecer orbital espectacular, los violentos rayos de Sol prendiendo fuego a la gloriosamente resplandeciente atmósfera. El rojo, naranja y amarillo ganaron la batalla al negro y al azul del espacio en apenas un precioso instante.

Justo cuando comenzábamos a sentir el calor del Sol a través del grueso e iluminado cristal de las ventanas, me giré para mirar a Pavel por un momento. Tenía curiosidad por ver el impacto de una escena así en un veterano que ha visto docenas – o más bien, cientos – de estos amaneceres y atardeceres. Para ser sincero, no me sorprendió ver sus ojos brillar con una admiración que parecía reflejar lo que yo siento cada vez. Aprovechando esta experiencia – literalmente fuera de este mundo – que estábamos compartiendo juntos, e incluso ya sabiendo la respuesta, le pregunté si era posible cansarse de un espectáculo así.

Pavel esbozó una gran sonrisa que iluminó su cara y la cubrió con mil pequeñas arrugas. Respondió a mi pregunta con otra pregunta: “¿Cómo podría ser posible? ¡Mira! ¡Mira! ¿Cómo podría pasar eso?”

Seguí su consejo y miré hacia fuera. Sí, tenía razón: ¿cómo podría pasar?

Microgravedad y wasabi

Trabajando en el experimento SkinB
Hoy he estado en Columbus trabajando en un experimento llamado SkinB, que es un estudio sobre cómo envejece la piel de los astronautas en microgravedad. Requiere la utilización de una serie de instrumentos conectados a un ordenador, con el fin de medir diversos parámetros que después serán analizados en tierra (tensión superficial, evaporación del agua y fotos UV). Comencé a pensar en la primera vez que instalé el instrumento, hace sólo 6 semanas. Por aquel entonces, era muy torpe tanto con las herramientas como en la forma en la que me movía. Pero hoy me siento perfectamente cómodo en microgravedad. Cada instrumento parece obedecer mi voluntad, permaneciendo en una posición en la que, si no es estable, al menos me deja trabajar tranquilo. Mis músculos equilibran mi cuerpo para poder moverme fácilmente o quedarme quieto con un mínimo esfuerzo, y no hay tensión en mis brazos o piernas mientras trabajo.

Una vez finalizo el experimento, me doy cuenta de que voy por delante de lo programado y tengo tiempo para un rápido tentempié. Con una medida lentitud y calma consumada, me muevo de Columbus al Node1, cruzando Node2 y el Laboratorio con un suave movimiento, permaneciendo en posición vertical todo el trayecto. Esto es bastante difícil de lograr, así que es una señal segura de que has aprendido a moverte con estilo y gracia en ingravidez. Sonrío, pensando en el Luca de hace unos meses que estaba torpemente limitado a moverse en horizontal.

Entre los tentempiés que atraen mi atención veo una lata sin tocar de guisantes cubiertos con wasabi – una pasta verde muy picante de Japón. Hemos heredado los guisantes de un compañero: sin duda no son parte del menú habitual. Bueno, estoy en busca de una pequeña recompensa, así que, ¿por qué no?

Ajeno a la tragedia que estaba a punto de desencadenarse, cojo la lata y abro la tapa de plástico. Debajo, hay un fino cierre hermético de aluminio, como el que llevan los tarros de yogur. Agarro la solapa, y con más fuerza de la que pretendo, tiro de ella para destaparla. Oigo un ligero chasquido y de repente me encuentro rodeado de cientos de guisantes verdes volando como en un colorido big bang. La nube de guisantes se extiende a una velocidad astronómica, girando fuera de control. Mientras lucho por recoger tantos guisantes como puedo y meterlos de nuevo en la lata, tengo un flashback a una historia que leí cuando era niño, que trataba sobre un pequeño mono al que se le caían todos los guisantes que tenía en las manos sólo porque quería recoger uno del suelo. Sin importar cuánto me esfuerzo, hay más guisantes rebotando desde el fondo de la lata que los que se quedan en ella. Me olvido completamente de agarrarme a algo y me encuentro rodando junto con la nube de guisantes (¿dónde está esa medida lentitud ahora? ¿y esa calma consumada?). Así que decido eliminar el problema de raíz, capturando los guisantes con mi boca mientras flotan y comiéndomelos rápidamente. El plan funciona, excepto por un pequeño detalle: los guisantes con wasabi son extremadamente picantes. Con mis ojos llorando y mi lengua en llamas, finalmente consigo capturar los últimos guisantes y meterlos de nuevo en la lata. Miro alrededor, pero estoy solo: nadie ha presenciado mi torpeza (salvo el testigo más importante: yo). Creyéndome a salvo de un avergonzamiento futuro, vuelvo al trabajo con consumada calma y elegancia, con mi lengua todavía ardiendo por el wasabi infernal y mi orgullo escociendo todavía más.

viernes, 23 de agosto de 2013

Escenas de la vida en el espacio

Sábado

Hoy Karen y Chris han estado ocupados durante toda la mañana, primero monitoreando la aproximación de la HTV-Kounotori 4 -  la “Cigüeña Blanca” que nos trae aprovisionamientos japoneses, experimentos y materiales – y después con su captura, llevada a cabo por Karen con delicadeza y habilidad.

Al igual que escribí con la llegada de la ATV-4, la llegado de un vehículo de cargamento es siempre emocionante. A diferencia de las naves de cargamento que se acoplan automáticamente al segmento ruso, las del segmento americano son “capturadas” por el Canadarm2, controlado por un operador. Hasta ahora, los vehículos de transporte japoneses han sido muy estables pero la operación de captura sigue siendo extremadamente delicada y son necesarias muchas horas de entrenamiento para resolver situaciones potencialmente desastrosas. Otra diferencia es que la aproximación puede seguirse en directo a través de la Cúpula, que es también desde donde controlamos la captura. Es un evento con su propia belleza particular, que yo describiría como “elegantemente tecnológica”. Kounotori brilla mientras la luz solar se refleja en su superficie dorada: no tiene “alas” como la ATV pero es de tamaño similar y mientras se acerca lentamente no puedo evitar levantarme y mirar con asombro a esta enorme máquina que se mueve de manera tan precisa y controlada. Observo los chorros arrítmicos de gas saliendo de la boquilla del motor y la HTV comienza a rotar para alinearse para la maniobra de acople, ahora ya sólo a unos metros del brazo robótico que ya está preparado esperando. La coreografía silenciosa, a pesar de su sencillez, es emocionante.

Mirando al monitor, la HTV aparece perfectamente quieta a través de la cámara del Canadarm2. Karen recibe autorización para la captura, comienza la aproximación y pide a Chris que ejecute la orden “free drift” (vuelo libre) para la HTV: desde ahora, cualquier rotación o movimiento no será corregido por los motores.

Durante 99 largos segundos, Karen guía el brazo robótico hábilmente y una vez en posición, presiona el “gatillo” que activa el sistema mecánico que enlaza el interfaz de la nave con el Canadarm2. Todo ocurre con precisión y el silencio sólo es interrumpido por la comunicación del tiempo y distancia que apunta Chris y las respuestas de Karen. Chris lee los parámetros y confirma tranquilamente la captura de la HTV-4: la cigüeña ha alcanzado su destino y está lista para entregar su paquete.

Domingo

Ayer los controladores de tierra “engancharon” al HTV4 a la estación y ahora depende de mí y de Karen hacer el trabajo necesario para abrir la escotilla. El proceso de ecualización y reconfiguración es largo y complejo y completarlo nos lleva la mañana entera. Pero cuando desde el control de tierra encienden las luces y echamos el primer vistazo del inmaculado interior del vehículo a través de la escotilla, se enciende una inevitable sonrisa en la cara de Karen y estoy seguro de que en mi cara también hay otra similar. A continuación, el hora de abrir la escotilla: me siento honorado cuando Chris y Karen me dicen que lo haga yo -  un pequeño regalo para el “hermano menor”. Ejecuto el procedimiento con el equipo protector personal (máscara y gafas, por si hubiera algo de polvo en la atmósfera de la HTV): abro la puerta y me deslizo dentro del módulo presurizado. El analizador portátil confirma que no hay contaminantes en la atmósfera: el resto de la tripulación puede entrar de forma segura.

Por la tarde, Chris tiene la tarea de comenzar a abrir cargamente de la HTV. La “coreografía” que nos han enviado desde tierra detalla el orden exacto para abrir cada contenedor y en qué lugar de la Estación debería ser colocado el material. Pero el primer contenedor es especial: contiene regalos de nuestras familias – todo en unos pocos centímetros cúbicos pero lleno de recuerdos, sabores, colores y olores de nuestro planeta.

Con la misma expectación temblorosa de un niño que está a punto de abrir el regalo más grande en su cumpleaños, voy abriendo uno por uno los paquetes que mi mujer Kathy ha preparado cuidadosamente. Con una sonrisa que va en aumento, encuentro paquetes individuales de guindilla verde, una especialidad de Nuevo México que hace que hasta la comida más sosa sea apetitosa. Kathy las ha enviado en cantidades industriales, y habrá suficiente para todos, ¡tanto de esta expedición como de la siguiente! También hay unos cuantos envases de una famosa crema de avellanas – normalmente no soy goloso pero esta especialidad italiana sabe a mi infancia, y ya me estoy imaginando mis futuros desayunos… Después también encuentro algunos libros que reconozco inmediatamente porque los he leído docenas de veces: llenos de colores e imaginación, les he contado estas historias una y otra vez a mis hijas cuando estaban acostadas en la cama, haciéndoles compañía con mi voz mientras se quedaban dormidas.


Pero, como siempre, es el último paquete el que me transporta lejos de esta nave y me lleva de vuelta a la Tierra en una ráfaga de emociones que casi me sobrepasa, causando lágrimas en mis ojos. Plegado dentro de una sencilla bolsa de plástico, se encuentran unos coloridos pedazos de tela: dos cuadrados del tamaño de unos pañuelos, cortados de las mantas de mis hijas. Son suaves y aromáticos; los sujeto frente a mi cara y me sumerjo en el dulce, único e inconfundible olor de mis hijas. Casi puedo sentir el calor de su abrazo y me dejo envolver en la ternura sentida por un padre a través del amor de sus hijas.

martes, 20 de agosto de 2013

EVA 23: explorando la frontera


Mantengo los ojos cerrados mientras escucho a Chris hacer la cuenta atrás de la presión atmosférica dentro de la esclusa – ya está cerca de cero. Pero no estoy cansado, ¡más bien al contrario! Me siento completamente recargado, como si fuera electricidad en vez de sangre lo que corre por mis venas. Sólo quiero asegurarme de experimentar y recordarlo todo. Me estoy preparando mentalmente para abrir la puerta porque esta vez seré el primero en salir de la Estación. A lo mejor me viene bien que ahora sea de noche: al menos no habrá nada que me distraiga. 

Cuando leo 0.5 psi, llega el momento de girar la manivela y tirar de la compuerta. Fuera está completamente negro, pero no el color negro, sino más bien una completa ausencia de luz. Un espectáculo que me absorbe mientras me inclino para enganchar nuestros cables de seguridad. Me siento completamente tranquilo mientras giro mi cuerpo para dejar pasar a Chris. En cuestión de segundos, terminamos los chequeos recíprocos y nos separamos. Incluso aunque nos dirigimos más o menos a la misma parte de la Estación Espacial Internacional, nuestras rutas son completamente distintas, poniendo en marcha la coreografía que hemos estudiado meticulosamente. Mi ruta es directa, hacia la parte trasera de la Estación, mientras Chris tiene que ir primero hacia la parte frontal para enrollar su cable alrededor de Z1, la estructura central que está encima del Node 1. En este momento, ninguno de los que estábamos en órbita o en la Tierra podríamos imaginar cuando influiría esta decisión en los eventos del día.

Luca Parmitano durante la EVA 23 / Imagen: NASA
Pongo especial atención a cada movimiento mientras me dirijo hacia el saco protector que dejamos fuera la semana pasada. No quiero cometer el error de sentirme tan cómodo como para estar relajado. Dentro del saco encuentro los cables que forman parte de la que probablemente sea mi tarea más difícil del día. Tengo que conectarlos a los conectores externos de la Estación, mientras al mismo tiempo los sujeto a la superficie con pequeños alambres de metal. Ambas operaciones requerirán que utilice mucho mis dedos, y sé por experiencia que será una labor extenuante debido a los guantes presurizados.

Chris Cassidy / Imagen: NASA
Chris conectó parcialmente el primer cable la semana pasada, así que sujeto la parte que sigue sin atar y la guío con cuidado hacia el conector. Después de una dificultad inicial, informo a Houston de que he completado la tarea y estoy preparado para el segundo cable. Después de hacerme con el siguiente cable, me muevo en la que creo que es la posición más difícil para trabajar en toda la Estación: estoy literalmente atrapado entre tres módulos diferentes, con mi visera y mi PLSS (mi “mochila”) a sólo unos pocos centímetros de las paredes externas del Node 3, Node 1 y el laboratorio. Con mucha paciencia y con un considerable esfuerzo, consigo ajustar un extremo del segundo cable al conector. Después, moviéndome ciegamente hacia atrás, me libero de la incómoda posición en la que he tenido que trabajar. En tierra, Shane me dice que voy casi 40 minutos por delante de lo planeado, y Chris también va por delante en sus tareas.

En este preciso instante, mientras pienso en cómo desenrollar el cable cuidadosamente (se está moviendo de un lado a otro como poseído en la ingravidez), siento que algo va mal. La inesperada sensación de agua en la nuca me sorprende – y estoy en un lugar donde preferiría no tener ninguna sorpresa. Muevo mi cabeza de lado a lado, confirmando mi primera impresión, y con un esfuerzo sobrehumano me obligo a informar a Houston de lo que estoy notando, sabiendo que podría significar el final de esta EVA. En tierra, Shane confirma que han recibido mi mensaje y me pide que espere instrucciones. Chris, que acaba de terminar, sigue cerca y se mueve hacia mí para ver si puede ver algo e identificar la fuente del agua en mi casco.

Al principio, ambos estamos convencidos de que debe ser agua potable de mi contenedor, o si no, es sudor. Pero yo creo que el agua es demasiado fría para ser sudor, y lo más importante, puedo notar como está aumentando. Tampoco puedo ver ningún líquido saliendo de la válvula para beber agua. Cuando informo a Chris y Shane, inmediatamente recibimos la orden de “terminar” la salida. La otra posibilidad, “abortar”, es usada para problemas más serios. Me dan instrucciones para volver a entrar en la esclusa. Juntos decidimos que Chris debería asegurar todos los elementos que están fuera antes de volver sobre sus pasos hacia la esclusa. Es decir, él irá primero hacia la parte frontal de la Estación. Así que nos separamos.

Luca "atascado" entre 3 módulos.
Mientras vuelvo por mi ruta hacia la esclusa, estoy aún más seguro de que el agua sigue aumentando. La noto cubriendo la almohadilla de mis auriculares y me pregunto si perderé la señal de audio. El agua también ha cubierto prácticamente la parte frontal de mi visera, adhiriéndose a ella y oscureciendo mi visión. Me doy cuenta de que para superar una de las antenas en mi ruta tendré que mover mi cuerpo en una posición vertical, también para que mi cable de seguridad pueda desenrollarse con normalidad. En ese momento, mientras me pongo cabeza abajo, pasan dos cosas: el Sol se pone, y mi habilidad para ver – ya comprometida por el agua – desaparece por completo, haciendo inútiles a mis ojos; pero peor que eso, el agua cubre mi nariz – una sensación realmente horrible que empeoro sacudiendo mi cabeza en un intento en vano de mover el agua. La parte superior del casco está llena de agua y ni siquiera puedo estar seguro de si la próxima vez que respire llenaré mis pulmones con aire y no con líquido. Para complicar más las cosas, me doy cuenta de que tampoco puedo entender hacia qué dirección debo dirigirme para volver a la esclusa. No puedo ver más allá de unos pocos centímetros por delante de mí, ni siquiera lo suficiente para distinguir las asas que utilizamos para movernos alrededor de la Estación.

Intento contactar con Chris y Shane: escucho mientras hablan entre sí, pero sus voces suenan débiles: apenas puedo oírlos y apenas pueden oírme. Estoy solo. Me pongo a pensar frenéticamente en un plan. Es vital que consiga llegar adentro tan rápido como sea posible. Sé que si me quedo donde estoy Chris vendrá a buscarme pero, ¿cuánto tiempo tengo? Es imposible saberlo. Entonces recuerdo mi cable de seguridad. Su mecanismo de retroceso tiene una fuerza de alrededor de 3 libras que me “empujarán” hacia la izquierda. No es mucho, pero es la mejor idea que tengo: seguir el cable hasta la esclusa. Me obligo a mantenerme tranquilo y, localizando pacientemente las asas a través del tacto, comienzo a moverme, todo el rato pensando en cómo eliminar el agua si llegara a alcanzar mi boca. La única idea que se me ocurre es abrir la válvula de seguridad en mi oreja izquierda: si creo una despresurización controlada, debería conseguir expulsar algo de agua, al menos hasta que se congele por sublimación, lo que pararía el flujo. Pero hacer un “agujero” en mi traje sería realmente la última opción.

Mission Control, Houston / Imagen: NASA
Me muevo durante lo que me parece una eternidad (aunque sé que son sólo unos minutos). Finalmente, con una gran sensación de alivio, miro a través de la cortina de agua delante de mis ojos y distingo la cubierta térmica de la esclusa: sólo un poco más, y estaré a salvo. Una de las últimas instrucciones que recibí fue volver adentro inmediatamente, sin esperar a Chris. Según el protocolo, yo debería haber sido el último en entrar a la esclusa, porque fui el primero en salir. Pero ni Chris ni yo tenemos problema en cambiar el orden de reentrada. Moviéndome con los ojos cerrados, consigo meterme dentro y posicionarme para esperar el regreso de Chris. Noto movimiento detrás de mí, Chris entra en la esclusa y juzgando por las vibraciones, sé que está cerrando la escotilla. En ese momento, la comunicación para a Karen y por alguna razón, puedo escucharla bastante bien. Pero me doy cuenta de que ella no me puede oír porque repite mis instrucciones aunque yo ya haya respondido. Sigo las instrucciones de Karen lo mejor que puedo, pero cuando comienza la presurización pierdo todo el audio. El agua está ahora dentro de mis oídos y estoy completamente aislado.

Intento moverme lo mínimo posible para evitar mover el agua dentro de mi casco. Sigo dando información sobre mi salud, diciendo que estoy bien y que la presurización puede continuar. Ahora que estamos presurizando, sé que si el agua me agobia siempre podré abrir el casco. Probablemente perdería el conocimiento, pero en cualquier caso sería mejor que ahogarme dentro del casco. En un momento dado, Chris aprieta mi guante con el suyo y yo le doy el universal “OK” con el pulgar. ¡La última vez que me escuchó hablar fue antes de entrar en la esclusa!

Los largos minutos de presurización pasan y por fin, con una inesperada ola de alivio, veo la puerta interna abierta y el equipo entero reunido y listo para ayudar. Me sacan y Karen desabrocha mi casco tan rápido como es posible, levantándolo con cuidado sobre mi cabeza. Fyodor y Pavel me pasan una toalla inmediatamente y se lo agradezco sin oír sus voces porque mis oídos y nariz todavía siguen llenos de agua durante unos minutos más.

El espacio es duro, una frontera inhóspita y nosotros somos exploradores, no colonizadores. Las habilidades de nuestros ingenieros y la tecnología que nos rodea hacen que las cosas parezcan sencillas cuando no lo son, y quizá lo olvidamos a veces.

Mejor no olvidar.

martes, 13 de agosto de 2013

Mensaje en una botella



Estación Espacial Internacional enmarcada en la completa oscuridad. / Imagen: NASA

Uno de los parámetros de la órbita de la Estación alrededor de la Tierra es el ángulo beta, que determina la dirección en la que nos llegarán los rayos del Sol. Normalmente no nos preocupamos mucho por este parámetro porque no nos afecta en nuestra vida cotidiana, excepto en ciertas situaciones: cuando el ángulo beta está muy elevado, como lo ha estado estos últimos días, pasamos largos periodos a la luz del Sol. El periodo de luz se hace relativamente largo, mientras que las noches son muy cortas. Esto hace difícil mirar hacia el exterior de la Estación y ver nuestro planeta de noche, porque la Tierra está en la sombra mientras nosotros seguimos en la luz. Como consecuencia, el exterior se ve completamente negro. Es como mirar por la ventana por la noche cuando tienes las luces encendidas y fuera no hay ninguna farola.

Últimamente, después de hacer la última comunicación por la tarde con Houston y los otros Centros de Control, me preparo para tomar unas cuantas fotos pero me doy cuenta de que no hay nada visible en el cielo. Hemos estado viajando inmersos en el espacio completamente negro.

Vista del laboratorio Columbus / Imagen: NASA
Ahí es cuando pensé en usar una de las piezas del equipo en el laboratorio europeo Columbus, un instrumento que a veces está un poco abandonado por nosotros los astronautas: un equipo de radioaficionado. Debo confesar a todos los amantes de la radioafición que yo nunca lo he sido. Como militar, fui entrenado para usar la radio profesionalmente, siguiendo el mantra de las 4Cs – Clear, Correct, Concise Comms (Comunicacones Claras, Correctas y Concisas), que era repetido al comienzo de cada misión. Era un contacto de radio como medio, nunca como fin en sí mismo. De hecho, a veces cuando volábamos en misiones muy complejas, la interferencia causada felizmente sin darse cuenta por entusiastas radioaficionados “explorando” nuestras frecuencias nos llevaba inevitablemente a una gran frustración y mal humor.

Así que os podéis imaginar mi dudosa diversión cuando, hace unas semanas, me senté en la radio por primera vez, buscando establecer algún tipo de “contacto” entre la Estación y la Tierra…

Puse la radio en la frecuencia “aleatoria”, y sin saber que esperar me puse los cascos. Físicamente, la Estación Espacial Internacional seguía estando a muchos kilómetros de distancia de las costas de Europa, pero nuestro horizonte se extiende miles de kilómetros debajo de nosotros y varias estaciones europeas en tierra ya nos podían ver. Mis oídos enseguida se vieron envueltos en una cacofonía de sonidos y ruidos irreconocibles, voces, chirridos y ruido blanco. Pero de repente, una voz surgió por encima del resto de sonidos; era un chico joven, en mi mente poco más que un niño. Estaba llamando al distintivo de llamada americano de la ISS (NA1SS) y repitiendo su propio distintivo de llamada. Me sorprendí por la emoción que se despertó en mí mientras trataba de responder a la llamada, usando el distintivo de llamada italiano (IR0ISS). Pero mi emoción no fue nada comparado con la perplejidad e incredulidad que escuché en esa voz, a miles de kilómetros. Hablando inglés con un bonito acento portugués, el operador de radio al otro lado de la señal sólo puedo decir unas pocas palabras – “No sé qué decir… ¡Para mí esto es un sueño hecho realidad! – antes de que nuestra conversación se viera interrumpida y enterrada por los enjambres de otras llamadas.

La costa mediterránea y una tormenta acercándose / Imagen: NASA
Durante unos 15 minutos mientras pasábamos sobre el oeste, centro y este de Europa, intenté contestar a docenas de personas que enviaban sus mensajes al éter con la esperanza de que, a miles de kilómetros de distancia, la antena de la Estación Espacial recogiera su señal y yo fuera capaz de descifrar lo que estuvieran diciendo. Desde diferentes países, con diferentes equipos de radio, pero todos con el mismo deseo, estas personas – hasta hace un momento completos extraños – comenzaron a tomar forma en mi mente. Se convirtieron en miembros de una familia, esparcida en miles de islas y en contacto unas con otras sin otra cosa que estos “mensajes en botellas”, enviados sin certeza pero con la vaga esperanza de que alguien en algún lugar los recogería. Mensajes enviados con paciencia estoica, sin saber quién podría escuchar su llamada en ese infinitamente inmenso océano de éter. Hombres, mujeres, jóvenes y mayores, expertos y principiantes – todos me envolvieron en un manto de amistad y gratitud, sin darse cuenta de que soy yo el que les debería agradecer a ellos por abrirme las puertas a una experiencia que empezó con ese chico joven en Portugal, y que cruzar el espacio y el tiempo, alcanza el corazón de cada radioaficionado incluso antes de alcanzar sus oídos.

martes, 6 de agosto de 2013

Vuelo nocturno (disculpas a De Saint-Exupery)



Es lunes por la noche, y después de un día realmente ajetreado en la Estación, el agotamiento se está imponiendo – incluso en gravedad cero. Después de cenar, me sobreviene el letargo. Veo el mismo pensamiento escrito en las caras de mis compañeros viajeros, Karen y Chris, y sé que hoy seré el que apague las luces porque ellos estarán en la cama antes que yo.

Esta noche tengo una cita que no me quiero perder, incluso si significa que la alarma de mi reloj me dolerá más de lo normal mañana por la mañana. Es una cita especial sólo para mí, para ver mi país como nunca antes lo he visto. Según nuestros planos orbitales, sé que a alrededor de las 22:00 pasaremos encima de la costa mediterránea y podré ver Italia iluminada de noche.

Cinco minutos antes de la hora establecida, me deslizo fuera de mi saco de dormir y cruzo silenciosamente el laboratorio y el Node1. Me paro en el Node3 para apagar la única luz que dejamos encendida por la noche -  la del baño. Toda la zona está ahora en la completa oscuridad. Ninguna luz entra por la Cúpula porque las siete ventanas están cerradas como cada noche. Pero no por mucho tiempo.

Usando mi linterna, entro en la Cúpula y lentamente, abro cada ventana, una tras otra. Aunque sólo quedan unos minutos para volar sobre Italia, todavía estamos sobre África central, donde un fiero monzón se extiende y llena entero mi campo visual, de un horizonte al otro, cientos de kilómetros. En la oscuridad de la noche orbital, los relámpagos brillan con una luz irreal en una de las escenas más bonitas que he visto. Trazos de luz azul cruzan mi vista, estallando desde docenas de nubes de tormenta. Con un ritmo frenético, digno del mejor percusionista, las nubes blancas iluminadas momentáneamente por el relámpago abren la noche africana, oscurecida por la ausencia de farolas. Con una violencia que casi puedo sentir desde aquí, 400 km por encima de las nubes más altas. La ausencia de truenos da un ambiente surrealista a las tormentas, y el silencio es ensordecedor.

Estoy sin aliento por la emoción y casi olvido mi cámara. Aparto mis ojos de la escena y tomo algunas fotos, intentando capturar algo del eléctrico y terrible espectáculo que está ocurriendo delante de mis ojos, cientos de kilómetros debajo. Pero en cuestión de minutos cruzamos la línea del ecuador y todo se acaba tan repentinamente como empezó. Las nubes se despejan para dejar paso al desierto, y estamos pasando sobre Marruecos.

En el horizonte hacia el noreste, una luz difusa y desteñida atrae mi atención – el resplandor artificial de la luz de la presencia humana. Mientras tanto, ha salido la Luna, bañando el terreno con luz reflejada, y ambas fuentes de luz revelan detalles, incluso el constante cambio del color del suelo. Un momento después ya estamos sobre la costa, siguiendo una ruta casi paralela que me permite asimilar su robusta belleza.

Mirando hacia el norte, veo las Islas Baleares completamente iluminadas, y conscientemente me contengo para no mirar directamente hacia el este: quiero saborear estos momentos. Debajo de mí, a través de la ventana central de la Cúpula, veo Túnez, Hammamet y Sfax, y me doy cuenta de que no queda mucho tiempo. A través de la ventana justo enfrente de mí, iluminado como las calles de un pueblo en carnaval, veo una de las vistas más emocionantes que he visto como astronauta: una forma inconfundible, completamente libre de nubes, la bota de Italia perfectamente delineada por lunes que van ininterrumpidamente desde la punta de Calabria hasta la costa de Liguria, trazando su perfil como toda una nueva constelación en las nocturnas profundidades del mar Mediterráneo. Cerdeña y Córcega, no tan brillantes como el resto, se mueven lentamente ante mi vista, y en el horizonte hacia el noreste, una violenta tormenta parece destruir Europa central, desde Austria a Alemania. Desde aquí arriba, Nápoles y Roma dominan la escena, radiando un esplendor por encima de todas las demás ciudades. Pero Bolonia, Florencia, Milán, Turín – todas ellas son visibles, a miles de kilómetros de distancia. El Vesubio forma un círculo oscuro en unas tierra absolutamente saturadas por la luz.


Debajo de mí, es Sicilia la que inunda la Cúpula con luz. Examino cada detalle y rastreo cada figura en la suave luz de la Luna, viajando a gran distancia sobre una tierra que emana la calidez familiar del abrazo de un amigo. Desde Palermo, distingo apenas visible una línea de luz que recorre la amplitud de Trinacria, ramificándose como las venas en todas direcciones, pero llegando sin interrupción a Catania. El Etna es un agujero negro impenetrable incluso para la luz de la Luna, casi como si no quisiera distraer la atención del resto.

En la distancia, a varios miles de kilómetros (una distancia que recorreremos en cuestión de segundos), el amanecer está comenzando, tiñendo las capas más bajas de la atmósfera de azul y dorado. Mientras intento fotografiar la tierra que pasa bajo la Estación, me doy cuenta de que ninguna imagen podría captar la sensación de increíble fragilidad que se está formando en mi mente. Esta sensación se ve magnificada por el profundo conocimiento de que este momento es único, irrepetible, y que incluso si volviera a seguir una trayectoria similar otra vez, seguiría siendo diferente. La luz sería diferente, las nubes formarían una cicatriz en el perfecto cielo nocturno que he visto esta noche, e incluso yo sería diferente. Y unos momentos después, como para confirmar mis pensamientos, todo se ha acabado.  La Estación Espacial Internacional se dirige hacia los Balcanes mientras me giro para capturar unas cuantas últimas imágenes de mi país, todavía visible a través de las ventanas traseras de la Cúpula.

Es tarde, y mañana será un largo día. Con esas luces todavía llenando mis ojos, cierro lentamente las siete ventanas y cruzo la Estación para volver a mi saco de dormir. Ningún sueño podría quitarle el lugar a la belleza de la realidad que gira, sin darse cuenta, debajo de mí.

jueves, 1 de agosto de 2013

Todo en una semana de trabajo


Después de la emoción de las dos EVAs, volvimos a nuestra rutina de trabajo, si se puede llamar así. El menú de esta semana se ha caracterizado por tener mucha ciencia y tareas de mantenimiento.

Progress / Imagen: NASA

La llegada de Progress 52 el 27 de Julio trajo algunas novedades, lo cual es siempre bienvenido. Sólo seis horas después de su lanzamiento, el vehículo se acoplaba automáticamente con la Estación Espacial Internacional, trayendo suministros muy necesitados para la tripulación y la Estación.

Progress es el vehículo de transporte espacial de Roscosmos, la agencia espacial rusa. Pesa alrededor de 7 toneladas.

Rover K10 / Imagen: NASA
Como de costumbre, hemos estado ocupados con un montón de experimentos, algunos de los cuales son nuevos para mí. Por primera vez desde que llegué a la Estación, tomé parte de un experimento tele-robótico, que supone manejar remotamente un robot –el K10 de la NASA – localizado en la Tierra. Se puede mover autónomamente o según mis órdenes, que son transmitidas desde 400 km de distancia. Es una idea emocionante que representa el futuro de la exploración: la interacción entre un astronauta a bordo de una futura nave espacial y un robot en la superficie de un planeta todavía sin explorar será de vital importancia, por ejemplo, para establecer las condiciones de seguridad de un eventual aterrizaje.

Esta es la segunda de una serie de pruebas destinadas a crear una especie de “parada intermedia” -  un punto estratégico en el espacio desde donde dirigir misiones a la Luna. El modelo operacional incluiría un telescopio ubicado detrás de la cara oculta de la Luna en el punto L2 para poder controlar los robots de la superficie.

Recientemente, he estado trabajando mucho en Columbus, especialmente para Biolab. También he estado ocupado con un experimento que está a punto de comenzar, sustituyendo varios componentes de una cámara de combustión que se encuentra instalada en un compartimento a bordo. La cámara se utilizará para quemar combustibles especiales en condiciones completamente controladas.

Todas las tareas son importantes

Miles de tareas diarias, semanales y mensuales constituyen nuestros deberes como astronautas. Es muy importante dedicar el mismo esfuerzo a cada una, desde aquellas que pueden parecer menos interesantes hasta las que son más emocionantes. Así todo se hace más fácil. A bordo de las Estación, todos tenemos nuestros roles bien definidos y cada contribución es clave para mantener esta infraestructura tan extremadamente compleja.

Intento disfrutar del hecho de que cada uno de los trabajos realizados aquí en la Estación Espacial, en este ambiente tan completamente extraño al que nos hemos adaptado, tiene su particular peculiaridad e interés. Por ejemplo, paso parte de la mañana del sábado haciendo limpieza. Podríais pensar que es algo realmente aburrido, algo que hacemos por estricta necesidad. Pero en realidad, os aseguro que con mis cascos puestos y escuchando mi música favorita, me divierto mucho volando en ingravidez. La idea de estar en un lugar tan extraño y remoto intentando hacer una actividad tan común es realmente fascinante.

Por supuesto, en términos de emoción y recuerdos increíbles, una actividad extra-vehicular (EVA) está a otro nivel. Son momentos que jamás olvidaré, y espero tener más como esos. Después de todo, ¡soy astronauta y ése es mi trabajo! Al mismo tiempo, realizar trabajos de mantenimiento extraordinarios e importantes como hice hace dos semanas en Columbus cuando instalé el Water Pump Assembly (montaje de la bomba de agua) que restableció la completa funcionalidad del laboratorio – bueno, esas actividades te dan una gran sensación de satisfacción.

La importancia de la investigación en la Estación

El espacio es parte de nuestra vida cotidiana (aunque raramente nos demos cuenta). La investigación científica que realizamos a bordo de la Estación Espacial Internacional es una parte– tristemente ignorada -  de ello, y tiene un gran impacto en la vida en la Tierra.

La Estación es el único laboratorio científico de investigación de su tipo, un lugar para experimentar con la tecnología más avanzada. Tecnología para la exploración, el desarrollo de nueva tecnología, ciencia de materiales, física, biología, fisiología humana, medicina, ciencias de la Tierra, actividades educacionales, ciencias de la vida, etc. ¡Hay algo para todos!

La investigación del cáncer lleva en marcha unos 40 años pero, por desgracia, todavía no hemos conseguido encontrar una cura definitiva para esta enfermedad. En este ámbito, nadie (con toda la razón) esperar encontrar unos resultados revolucionarios de la noche a la mañana. Pero cuando hablamos de la ciencia que se lleva a cabo a bordo de la Estación Espacial, el público tiene diferentes expectativas: ¡resultados instantáneos!

Es vital entender que, como las investigaciones realizadas en la Tierra, la ciencia a bordo de la Estación necesita tiempo para obtener resultados. Pero el impacto que estos resultados podrían tener en el futuro -  en 10, 30 o 50 años -  es imposible de cuantificar.

Skin-B

Skin-B es un experimento que estudia el proceso de envejecimiento de la piel. Su objetivo es recoger información en la fisiología de la piel en el espacio, porque los científicos se han dado cuenta de que la piel de los astronautas atraviesa un rápido proceso de envejecimiento mientras están en órbita, el cual es reversible cuando vuelven a la Tierra. Utilizando herramientas especializadas, tomo fotos ultravioletas y mido la tensión superficial de mi piel y el nivel de agua que se evapora. Skin-B recogió datos sobre mi piel antes del despegue, los está recogiendo mientras estoy en la Estación y seguirá haciendo lo mismo después de mi misión para generar un modelo del proceso de envejecimiento. Este estudio, que es muy específico comparado con otras actividades científicas, tendrá potencialmente un gran impacto en la Tierra. Entender los mecanismos de la piel, como la regeneración y el envejecimiento, podría tener aplicaciones muy prácticas en los campos de la dermatología y la cosmética, por ejemplo.

Estos experimentos, aunque a menudo desconocidos para el público en general, representan la actividad principal de lo que hacemos aquí arriba. Por desgracia, no siempre conseguimos comunicar la importancia de estas actividades porque al fin y al cabo, nosotros somos los operadores y no los investigadores.

Autoexamen de reacción

Otro ejemplo es un experimento que llevo realizando desde hace más de un año y que continuaré después de mi regreso. Estudia la capacidad humana de mantener altos niveles de concentración en circunstancias extrañas y en condiciones de fatiga y alto estrés. El autoexamen de reacción tiene una pieza sencilla de software que mide mis tiempo de reacción justo después de despertarme y justo antes de irme a dormir. Puede parecer un estudio muy simple pero forma parte de una base de datos enorme con información recogida durante un periodo de años que ayuda a los científicos a entender cómo nuestra mente puede reaccionar y mantenerse concentrada en una tarea y cómo se degenera esta capacidad cuando, por ejemplo, estamos bajo presión o cansados. Este tipo de investigación ayudará a los expertos en esa área a mejorar los procedimientos que se utilizan cada día en ambientes especiales de trabajo, como la aeronáutica, donde los pilotos trabajan y se adaptan a ciclos nocturnos y diurnos y/o a cambiar constantemente de zona horaria.

Estos estudios pueden ser menos visibles, pero eso no significa que sean menos importantes. Una gran parte de mi trabajo es difundir esta información, intentando llegar al mayor número de gente posible.