jueves, 24 de octubre de 2013

Un día en la Estación Espacial Internacional

Cuarto de Luca / Imagen: ESA/NASA
La primera alarma suena a las 5:50 GMT, como cada mañana de lunes a viernes. Me sacude de unos sueños que nunca recuerdo. Todavía adormecido estiro mis brazos, que han permanecido doblados toda la noche, y automáticamente los saco por los dos huecos que hay a cada lado del saco de dormir. En el espacio, cada movimiento inicia una reacción en cadena, por lo que mi saco de dormir se encuentra atado a la pared con cuatro finas cuerdas para evitar que salga flotando. A menudo mi cabeza toca ligeramente el “techo” haciendo que mi cuerpo rebote lentamente en la dirección contraria hasta que mis pies tocan momentáneamente el suelo.

Ahora que mis manos están libres, me quito el antifaz que impide que pase la luz y abro la cremallera que me mantiene dentro de mi saco de dormir. Dentro de los cuartos de la tripulación todo está oscuro, a excepción de una tenue luz verde y azul proveniente de dos ordenadores y su conexión a la red de la Estación Espacial. Todo está en silencio hasta que me quito los tapones de los oídos y vuelve el familiar zumbido del ventilador que hace circular el aire.

Mi primer acto automático es encender el ordenador para leer la conferencia diaria que Houston envía por las noches. Este informe contiene los últimos datos sobre las actividades diarias, cambios de agenda, preguntas y respuestas a preguntas que les hicimos el día anterior. También contiene información fundamental en situaciones de emergencia y lo envío a la impresora para poder tenerlo disponible después. También imprimo una lista de la gente con la que hablaré hoy en Houston y Huntsville (EEUU), Munich (Alemania), Tsukuba (Japón) y el “Tsup” en Moscú (Rusia). Aunque siempre podemos utilizar distintivos de llamada, es más cortés llamar a la gente por su nombre de vez en cuando. Muchas de las personas con las que hablo en Tierra son instructores, compañeros y amigos.

Me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de algodón. Al abrir la puerta de mi cuarto, me encuentro orientado de medio lado. Acostumbrado por la experiencia, me impulso hacia fuera y me empujo hacia el laboratorio Destiny con un único movimiento. El módulo Destiny sigue en la oscuridad aunque sé que Mike lleva un rato levantado. Al pasar por la impresora recojo la primera página del informe diario y la coloco sobre las otras encima del ordenador, que interactúa con los sistemas de la Estación que usaríamos en una emergencia.

Las luces siguen apagadas incluso en el Node1, pero el Node3 está encendido y Mike ya ha comenzado su rutina de levantamiento de peso en ARED. Le saludo en italiano, sonriendo, y como siempre, él responde en italiano. Ésta se ha convertido en nuestra rutina a pesar de que sólo lleva aquí tres semanas. Mike ha vivido en Italia y habla italiano con fluidez. El aseo está justo al lado de la máquina del ARED, pero el ruido del ventilador, junto con la música que Mike escucha mientras entrena, es suficiente para esconder cualquier ruido embarazoso que pueda ocurrir. Al salir del “baño” me muevo hacia otra pared en el Node3, donde se encuentran sujetas con velcro las herramientas para mi rutina matinal: una cuchilla, hojas de cuchilla, desodorante, un espejo, jabón y agua. Por razones obvias, no hay peines ni cepillos…

Es hora de preparar el desayuno: avena con canela y pasas y café, ambos rehidratados con agua. Mientras como, leo las noticias de ayer en la versión electrónica de un periódico italiano. Ya estaba enterado de algunas de las noticias gracias a internet, pero me gusta leer los comentarios de destacados periodistas.

Experimento BP Reg / Imagen: ESA/NASA
Todavía queda una hora antes del comienzo oficial del día, que empieza con la primera de las dos Daily Planning Conferences (conferencias sobre la programación del día). Decido empezar a preparar la primera tarea diaria, un experimento llamado BP Reg. Normalmente, seguiría a Mike y me ejercitaría por la mañana, pero este experimento proporciona mediciones muy precisas de la presión arterial, por lo que no me permiten hacer ningún tipo de ejercicio en las horas previas. Me dirijo al laboratorio Columbus y uso uno de los ordenadores para leer los procedimientos del experimento. Comienzo a recopilar los materiales y herramientas que utilizaré en las próximas horas.

Según estaba previsto, Fyodor comienza la Daily Planning Conference con Houston, Huntsville, Munich, Tsukuba y Moscú: “Buenos días desde la Expedición 36. Estamos listos para la DPC.” Los centros de control nos informan por turnos del día que está a punto de comenzar. Mientras tanto, encendemos las cámaras y les damos la bienvenida a bordo.

Continúo preparando el experimento en el Columbus encendiendo un ordenador y conectando los últimos componentes. Bajo la supervisión de Huntsville, donde siguen mis acciones a través de la cámara 2 en Columbus, me pongo sobre los muslos dos cintas que se inflan y reducen el flujo sanguíneo en la parte inferior de mi cuerpo. Tres minutos después, las cintas se desinflan rápidamente y mi sistema cardiovascular reacciona repentinamente para compensar el súbito aumento de flujo sanguíneo. Dos sensores de presión situados en mi mano izquierda graban todos los cambios para compararlos con la información de mediciones realizadas en tierra. El experimento reproduce las variaciones de presión que se producen al levantarse rápidamente después de estar sentado. La idea es medir el efecto de la microgravedad en el sistema cardiovascular humano.

El experimento continúa. Mientras hablo con el PayCom por el canal 2, oigo a Mike hablando por el canal 3, atareado con otro experimento llamado CFE en el Node2. Karen está ocupada con Spheres y trabajando en Kibo: de vez en cuando escucho sus comentarios también por el canal 2.

Después de unas dos horas, el experimento finaliza, pero tendré que esperar a mi vuelta a la Tierra para tener los resultados. Este estudio continuará más allá de mi misión. Termino a tiempo para devolver todo el equipo a sus compartimentos en la Estación. Ya es hora de comer y estoy hambriento, pero no puedo comer demasiado porque las primeras horas de la tarde estarán dedicadas al ejercicio e incluso en órbita se aplican las mismas reglas: mejor no realizar ninguna actividad extenuante después de una comida pesada. Me conformo con dos pequeñas tortillas de maíz, con relleno de atún, salmón y algo de verdura.

Decido comenzar mi ejercicio con ARED: el ejercicio de hoy consiste en tres series de levantamiento de peso que implican utilizar todos los principales grupos musculares.

ARED / Imagen: ESA/NASA
Tan pronto como levanto la barra sobre mis hombros, siento que los músculos de mi espalda se ponen a trabajar y mis piernas se ponen rígidas en tensión. Hace cinco meses que estoy en el espacio y mi cuerpo se ha acostumbrado por completo a la microgravedad: a mis músculos les resulta un abuso incluso un ligero calentamiento debido a que permanecen relajados alrededor de 22 horas al día. ARED se encuentra situada directamente sobre la Cúpula: una ventana al mundo que llena mi vista mientras hago esfuerzos levantando peso, por lo que olvido los dolores mientras me pierdo en los detalles que pasan “encima” de mí (ARED está cabeza abajo comparado al resto de la orientación normal de la Estación). Veo la costa de Tierra del Fuego en Argentina, con nieve mezclándose con las nubes y los fiordos de Sudamérica que parecen dedos. Veo el intenso azul de lagos a gran altitud, antiguos volcanes cuya lava negra se esparció cicatrizando cientos de kilómetros en sus alrededores. En unos segundos sobrevolamos las zonas más templadas de Argentina, la Pampa pronto se convierte en plantaciones en Brasil, que a su vez se convierten en selva tropical al alcanzar el delta del Amazonas. La Tierra es un carrusel caleidoscópico e interminable de tierras seguidas por océanos, una alternancia de contrastes y colores en constante cambio. Con este espectáculo olvidas fácilmente que estás cansado.

Cinta de correr (T2) / Imagen: ESA/NASA
Después de una hora y media de ARED, me preparo para el T2, nuestra cinta de correr. Me pongo el arnés conectado a dos cintas elásticas a la plataforma: cambiando la longitud de estas cintas puedo controlar la cantidad de peso corporal que tendrán que soportar mis músculos durante mi entrenamiento. Durante la última semana he estado configurando las cintas entre el 95 y 100% de mi peso porque quiero acostumbrarme a la gravedad para mi regreso a la Tierra. Pago el precio de mi elección con la cantidad que sudo. Durante los próximos 30 minutos siento mi cuerpo más denso de lo que estoy acostumbrado. Es como correr con alguien presionando con fuerza con sus manos sobre tus hombros, empujándote constantemente hacia el suelo.

El próximo trabajo del día es en el segmento ruso de la Estación Espacial Internacional, en el Vehículo de Transferencia Automatizado (ATV). Dentro de unos días cerraremos la escotilla por última vez y la ATV Albert Einstein nos dejará para desintegrarse al entrar en la atmósfera terrestre. El último acto de su viaje es liberar a la Estación de los desechos que se han acumulado en los últimos cinco meses. La ATV recoge tanto desechos sólidos como líquidos, orgánicos e inorgánicos. Mi trabajo de hoy consiste en organizar estos desechos siguiendo una cuidadosa coreografía en el sentido contrario a los procedimientos que Chris, Karen y yo realizamos hace meses cuando descargamos el cargamento de la nave.

ATV recién llegada
Cuando entro, Albert Einstein se encuentra tenuemente iluminada y silenciosa, casi como si estuviera medio dormida, esperándome. Me gusta trabajar en la ATV, disfruto del amplio espacio en el que me puedo mover libremente mientras reubico los distintos contenedores. Mike se suma un poco después y completamos el trabajo que teníamos asignado para hoy. Tenemos el tiempo justo para volver al laboratorio cuando la familiar voz de Fyodor comienza la segunda DPC: la conferencia vespertina. Preparo la cena mientras escucho a los centros de control: nueces, pechuga de pollo a la plancha, verduras y fruta. Una vez finalizada la conferencia, aprovecho una conexión satélite por banda Ku para hacer algunas llamadas. Llamo a mis padres como cada noche. He hablado más a menudo con ellos en los últimos cinco meses que en los tres años que pasé formándome para mi misión alrededor del mundo. No tenemos mucho tiempo hasta que la conexión se corta, pero no importa cuánto tiempo hablemos – ni es muy importante sobre lo que hablamos – el enlace de comunicación me permite formar una imagen serena de mi padre y mi madre escuchándome desde la Tierra.

Cena de domingo con la tripulación al completo
Cenamos rápido porque esta noche solamente estamos tres en la mesa – sólo cenamos juntos los seis un par de veces a la semana, ¡porque inevitablemente se nos hace tarde! Nos separamos para el poco tiempo libre que nos queda. Son sólo las 20:00, pero pronto me llegará el cansancio y todavía tengo emails que contestar, redes sociales que mirar y fotografías que catalogar, enviar y publicar. El tiempo pasa rápido mientras escucho algo de música. Divido mi atención entre dos ordenadores para intentar hacerlo todo a la vez.

Dedico un último momento de la noche a mi mujer, antes de apagar la luz y meterme en mi saco de dormir. Las cinco horas de diferencia horaria que hay entre nosotros nos separa más que los miles de kilómetros de vacío: ella está en mitad de sus actividades diarias y yo me estoy preparando para dormir. Kathy, con su infinita paciencia femenina, lo deja todo a un lado cuando llamo – los problemas de cada día que todas las madres y mujeres encuentran. Me ofrece unos minutos de serenidad, un momento que parece parar el tiempo, una pequeña joya de tranquilidad inestimable, una pausa del mundo que está hecha del mismo material que los sueños – pero al menos este recuerdo, permanecerá conmigo al despertar.

viernes, 18 de octubre de 2013

Cada imagen cuenta una historia


Nube de gas formándose fuera de la atmósfera tras la desintegración
Algunos quizá recuerden el final de una famosa canción de hace muchos años que repetía insistentemente que cada imagen cuenta una historia. Siempre me siento impresionado y emocionado viendo fotos de naturaleza, ciencia y aviación, y las diferentes historias que cuentan algunas imágenes. Recientemente me di cuenta de que mi interpretación de las fotografías era incorrecta.

Nunca he sido un buen fotógrafo: no tengo el ojo artístico de Karen, que captura detalles de extraordinaria belleza con la misma tranquilidad y confianza con las que cose bonitos patrones a partir de materiales improvisados. Ni tengo los conocimientos técnicos de Fyodor, cuyos dedos, ahora en su cuarto viaje espacial, manejan las complejas cámaras profesionales con confianza, cambiando los parámetros casi sin mirar. Yo prefiero crear recuerdos – ligados a la emoción de avistar algo – antes que intentar mejorar una imagen a través de una lente. Hasta ahora no me había dado cuenta de que la historia más interesante está detrás de la cámara: la historia más intrigante es la menos conocida, la del fotógrafo. Os quiero contar la historia detrás de dos de mis fotos más recientes: la Aurora Boreal con las grandes ciudades, y el rastro de un misil justo unos minutos antes de un vuelo suborbital.

Luces de ciudad y aurora boreal

Luces de ciudad y auroras
Mike llegó a la estación hace sólo cuatro días y ya tiene una rutina personal que le crea una sensación de bienestar, permitiéndole contrarrestar el estrés de la vida a bordo, el cual es completamente diferente a cualquier experiencia que haya vivido hasta el momento, a pesar de su larga carrera en la Fuerza Aérea. Es sábado, y todavía es temprano, pero Mike ya lleva levantado unas horas y casi ha terminado su rutina diaria de ejercicio. Cuando entro en el Node3 le veo sonreír, y le respondo con otra sonrisa: estamos en órbita, ¡y cada día es el mejor día que jamás pudimos imaginar!

Me doy cuenta de que el módulo está bastante oscuro y aprovecho un pequeño descanso en la rutina de ejercicio de Mike para volar a la Cúpula. Las ventanas están cerradas pero fuera es de noche y no habría ninguna diferencia si estuvieran abiertas. En el monitor de un ordenador veo que vamos a cruzar la costa de Norte América y que nuestra ruta sigue la frontera entre Estados Unidos y Canadá. El terminador está cerca y decido abrir manualmente las ventanas: al igual que Pavel, nunca me cansaré de la indescriptible belleza de un amanecer orbital, y aunque ya he visto cientos, decido quedarme en la Cúpula, observando la constelación de luces humanas en la oscuridad que me recuerda la presencia del ser humano en el planeta de abajo.

Girando mi cuerpo hacia el norte, el brillo verde azulado de la Aurora Boreal hace que me pare en seco, literalmente, y decido que merece la pena compartir este espectáculo con un amigo. Llamo a Mike, que ha terminado de entrenar en el ARED y se está preparando para una sesión en nuestra cinta de correr, T2. Le pido que venga a la Cúpula y apague las luces tras de sí. Enciendo una linterna modificada con una lente roja para no perturbar nuestra visión nocturna y guío a Mike hacia la ventana del norte. Sus ojos tardan un momento en ajustarse a la repentina oscuridad. Después vislumbro su rostro sonriente cuando percibe esta fantástica vista, una sensación de asombro que puedo identificar muy bien porque nunca seré inmune a ella.

Siempre hay cámaras guardadas en la Cúpula y cojo una con una lente de 50mm con la que he tenido mayor éxito tomando fotos nocturnas. En la semi-oscuridad, ayudado sólo por la tenue luz que entra por las siete ventanas, intento programar torpemente la cámara para capturar al menos una pequeña muestra del show etéreo. Sólo una imagen me basta. El resto del espectáculo permanecerá en mi memoria mientras la tenga.

Una sorpresa inesperada

Lanzamiento de un misil visto desde el espacio
Una de las muchas tareas de un astronauta en la Estación Espacial Internacional es conocida por el acrónimo CEO o Crew Earth Observation. Un equipo de investigadores en tierra estudia las órbitas de la Estación y selecciona objetivos para fotografiar, indicando la hora del pase, las coordenadas, el tipo de foto que deberías proporcionar y toda la información que sea posible para encontrar el objetivo. Estos objetivos van desde ciudades fácilmente identificables hasta cráteres de impactos que son absolutamente indistinguibles de su entorno – todo a una distancia de aproximadamente 400km. Esta tarea es voluntaria, pero el desafío de encontrar los objetivos es un placer. Encontrar un objetivo particularmente difícil da una satisfacción que debe ser similar a la de un apasionado coleccionista adquiriendo la pieza que faltaba en su colección. Mi tripulación tiene una rutina diaria y la Expedición 36 ha excedido con creces todas las anteriores imágenes de objetivos fotografiadas y enviadas a la Tierra.

Estoy en la Cúpula otra vez preparando una cámara en una ventana que mira hacia el norte. La Estación está funcionando en horario de trabajo por lo que todas las luces están encendidas. Mi próximo objetivo CEO es la Aurora Boreal. Para evitar reflejos de las luces de la Estación, intento construir una carpa para oscurecer la zona de alrededor de la cámara. Ya he introducido todos los parámetros requeridos en la cámara, incluida la hora estimada de la aurora. Con un poco de suerte podría fotografiar la secuencia incluso sin estar físicamente presente detrás de la cámara: en ese momento estaré ocupado con otra actividad.

La puesta de sol se acerca con rapidez. La luz dorada y naranja que se refleja en los paneles solares atrae mi atención y no puedo apartar la vista hasta que mis ojos se concentran en una imagen que es extraña para la naturaleza: un humo que emerge recto y claro sobre el horizonte, acentuado por los últimos rayos de Sol. A la naturaleza no le gustan las líneas rectas, y esta inconsistencia ha guiado mi vista. Estoy viendo un lanzamiento de algo, no sé de qué y no sé dónde, pero definitivamente es un lanzamiento. No sé cuáles son las probabilidades de ver un lanzamiento de un objeto suborbital sin saber los detalles del lanzamiento con anterioridad, pero instintivamente diría que soy muy pequeñas: ¡es un caso extraordinario de estar en el lugar correcto en el momento correcto!

Karen y Mike están arriba en el Node3, y me atrevo a apartar la vista un momento para llamarlos. Ambos flotan hasta la Cúpula y compartimos el pequeño espacio para observar al objeto mientras sigue su camino a través de las capas altas de la atmósfera. Su rastro ahora está a la merced de los vientos estratosféricos que distorsionan su forma, transformándolo en una serie de segmentos que se retuercen, comenzando desde el suelo hasta alcanzar la negrura del vacío estelar. Cojo una de las cámaras esperando que la configuración automática baste para tomar buenas fotos, a pesar de que la luz del atardecer comienza a desaparecer. Sólo dejo de disparar cuando el Sol se ha ido por completo, pero no dejo de mirar. El objeto se desintegra ante nuestros ojos, y a cientos, o probablemente miles de kilómetros, vemos una nube transparente de gas blanco expandiéndose fantasmagóricamente en todas direcciones hasta que se aplana al llegar a la atmósfera. Nos preguntamos qué acabamos de presenciar, pero ni siquiera en el control de Houston lo pueden explicar.

Por la tarde descubrimos que fue un lanzamiento de prueba de un misil ruso intercontinental lanzado desde Kazajistán. Los tres nos sorprendemos por la increíble coincidencia que nos permitió observar un acontecimiento tan raro. No estamos seguros de qué pensar. Por mi parte, estoy contento de añadir otra preciosa pieza a la única verdadera colección que tengo, la única que merece la pena: mis recuerdos.

viernes, 11 de octubre de 2013

Cygnus


Esperando a Cygnus / Imagen: ESA/NASA
Fuera está oscuro, nos rodea una negrura impenetrable, así que probablemente estemos volando sobre un océano. Miro alrededor en la Cúpula y me doy cuenta de que de todas formas las luces que hay y la irreal penumbra azul del exterior ahogarían las débiles luces de las grandes ciudades. Cygnus está volando bajo nosotros, invisible en la oscuridad que nos rodea, pero aún así Karen y yo intentaremos vislumbrar a la nave: sé que el amanecer no está lejos, y llevo una semana esperando para ver a la nave de carga.

Puede que haya perdido los ojos de águila que desarrollé como piloto, cuando fui entrenado para reconocer una nave a kilómetros de distancia, pero la suerte no me ha abandonado. Cuando los primeros rayos de luz aparecen entre las sombras, coloreando el horizonte de dorado, ocre y azul, un brillo extraño atrae mi atención. Brillante y plateado, destacando sobre el fondo, Cygnus atrapa la luz y la refleja en su magnífico y tecnológico esplendor.

“Visto”, le digo a Karen, intentando contener mi entusiasmo, y señalo a la ventana central de la Cúpula. Karen asiente, confirmando tranquilamente mi avistamiento e informa a Houston por radio. Sé que hay docenas de personas esperando los acontecimientos con el mismo entusiasmo que siento yo.

Karen es hoy la responsable de todas las comunicaciones relacionadas con la pequeña nave de carga. La nave espacial se está aproximando rápidamente mientras la información registrada en nuestros monitores se confirma. Mi tarea durante la próxima hora será supervisar los sensores de posición de Cygnus y compararlos a la información que recibo con un láser portátil que calcula la distancia y velocidad de la nave. Soy recompensado con una serie de luces verdes – el software de control confirma que la información de mi láser coincide con la información de los sensores en Cygnus.

Herramienta láser / Imagen: ESA/NASA

La Cúpula no ofrece demasiado espacio, y ahora está todavía más abarrotada. Además de Karen y yo, están dos ordenadores para los procedimientos y para el software de control. También tenemos el panel de control de Cygnus que es el mismo que mi compañero Chris Cassidy utilizó para el acoplamiento de la HTV. Numerosas cámaras documentando esta primera misión de Cygnus y algunos tentempiés completan el módulo.

El funcionamiento de la nave es impecable. Cuando está a 230 metros, Karen ejecuta una prueba que la nave debe completar en su vuelo inaugural: envía una señal de retroceso y Cygnus reduce la velocidad, se para y retrocede a una distancia de 250 metros. Cuando Houston nos dice que Cygnus ha retomado su aproximación, Karen prepara una segunda prueba, otra vez a los 230 metros. Envía la orden de detenerse. La nave se para obedientemente y espera nuevas órdenes.

A esta distancia, la “cola” de la nave, el módulo de servicio con los ordenadores y motores, se muestra blanco. Sus “alas”, los dos paneles solares brillan como el cromo. Sus luces de navegación son claramente visibles, dos faros blancos en el centro y una luz roja y verde a cada lado: los colores de la bandera italiana flotando en el espacio. El módulo presurizado de Cygnus ha sido construido en Italia y sonrío ante el pensamiento de este homenaje involuntario a mi país.

En unos minutos todo está listo para la aproximación que traerá a Cygnus a treinta metros y después a diez metros. En ese momento la interfaz de la nave estará a sólo cinco metros del robótico Canadarm2. Mi trabajo consiste en salvar esa distancia y después atrapar a Cygnus. Me preparé durante largas sesiones de simulacros en la Tierra y repetí el entrenamiento en la Estación en docenas de situaciones virtuales, que iban desde los escenarios más simples hasta los escenarios más extremos.

Cygnus y Canadarm2 / Imagen: NASA

Nuestras vistas están ahora cubiertas por la nave, y podemos apreciar su tamaño. Es más pequeña que la HTV, pero no menos impresionante: cuando se estabiliza en la zona de captura, observo su movimiento lento y controlado gracias a la cámara situada en el extremo del brazo robótico – el mismo que me permitirá mover la nave manualmente hasta acoplarlo a la Estación.

Houston nos da el OK para comenzar la captura. Sigo a la nave mirando los monitores mientras intento encontrar el mejor momento para capturar a Cygnus: tengo que esperar hasta que esté especialmente estable. Comienzo mi aproximación en un estado de automatización debido a las sesiones de práctica durante mi entrenamiento. “Voy”, le digo a Karen, que responde inmediatamente “Recibido”. El brazo robótico reacciona a mis órdenes y en cuestión de segundos ya estamos a unos tres metros y medio de distancia. El diálogo que sigue entre Karen y yo me produce una sensación de déjà vu, ya que lo hemos practicado en muchas ocasiones durante la formación.

“Listo para vuelo libre”

“Recibido, listo para vuelo libre. Orden enviada. Orden recibida.”

Karen espera para ver las características del vuelo libre en su monitor, y después de unos segundos confirma: “Vuelo libre”.

“Recibido, vuelo libre. Dos metros.”

Canadarm2 / Imagen: ESA/NASA
Acerco el brazo robótico a un metro y medio después de empujarlo durante un rato hacia delante. Mis órdenes son mínimas, pasando más tiempo pensando que ejecutando: el Canadarm2 mide casi 20 metros de largo y los movimientos bruscos pueden causar oscilaciones no deseadas.

Karen me dice la distancia hasta mi objetivo basándose en las marcas que hay en el Canadarm: “A dos marcas de distancia.”

“Recibido.”

…”Una marca.”

“Estoy listo,” digo, porque mi objetivo está perfectamente alineado con la información de referencia en mi monitor.

“Coincido,” responde Karen, confirmando mis pensamientos y casi inmediatamente añade” “Sobre la marca.”

Después, casi al unísono, ambos decimos “en la cubierta” y presiono el gatillo que inicia la captura. Hacía menos de un minuto que comenzamos el procedimiento. Pero nuestras sonrisas forman un recuerdo que durará toda una vida.

En unas horas, Karen y yo ejecutamos las maniobras para posicionar a Cygnus y acoplarla al Node2. Después movemos la nave y la integramos a la Estación. Sigue habiendo mucho trabajo por hacer y el día es largo. Acordamos con el centro de control en tierra abrir la escotilla mañana. Dentro de la nave nos esperan provisiones y materiales de recambio, pero también está repleta de los sueños de aquellos que tomaron parte en esta aventura espacial y llena de afecto de nuestros amigos y familiares en tierra.

Karen y Luca tras la captura / Imagen: ESA/NASA

sábado, 5 de octubre de 2013

Concordia


Concordia / Imagen: Christophe Leroy-Dos Santos
La órbita de la Estación Espacial Internacional nos permite ver la mayor parte de la superficie terrestre, pero una línea inevitable impide la vista más allá del horizonte. Entre las zonas que nunca veremos desde nuestro privilegiado punto de vista están los polos de la Tierra. Nuestra vista roza los círculos polares, pero termina alrededor de los 70° de latitud, haciendo que esas regiones fascinantes, inexploradas e inhóspitas sean imposibles de ver.

Recientemente tuve la oportunidad de acercarme un poco más, aunque fuera virtualmente, a este mundo desconocido para la mayoría de la gente, a través de la experiencia de nueve personas extraordinarias: Anne-Marie, Antonio, Elio, Evangelos, Olivier, Helen, Albane, Luigi y Simonetta. Recibí una calurosa bienvenida en el Concordia, la base de investigación italo-francesa en la Antártida.

Foto de grupo del Concordia / Imagen: Yann Reinert
A través de una conexión por satélite, la ESA organizó un encuentro entre dos entornos en condiciones extremas: la Estación Espacial y la estación de la Antártida, distantes y aún así curiosamente parecidas. Mientras hablábamos de experimentos, investigación y tecnología, nos dimos cuenta de que a pesar de la distancia física, nuestras experiencias están unidas por la misma pasión, como una llama que supera los obstáculos y barreras, prendiendo fuego a nuestros espíritus, alimentando nuestros deseos, incinerando la fatiga y transformando nuestra experiencia.

Imagen: IPEV/PNRA-A. Litterio
Observo una por una las caras en la pequeña pantalla, son todos receptivos y amables exploradores de las fronteras del mundo, y los imagino relajándose al finalizar la jornada de trabajo, confortados por una buena cena compartida en la sala común: detrás de ellos veo estanterías llenas de libros, una mesa, platos, objetos comunes que se vuelven extraordinarios cuando pienso dónde están. Los saludo como si fuera uno de ellos, y la familiaridad del lenguaje de los exploradores me ayuda a relajarme y disfrutar de la conversación. Me olvido de dónde estoy mientras intento responder a sus preguntas y hacerles las mías a ellos. Estoy intrigado por la similitud de nuestras experiencias. Muchos de los experimentos fisiológicos que están realizando son parecidos a los que llevamos a cabo en la Estación Espacial. Ellos también sufren la separación de sus seres queridos durante muchos meses, y muchas de sus ingeniosas soluciones para vivir en aislamiento me recuerdan a las nuestras en la Estación Espacial Internacional.

Hablamos un buen rato y cuando el tiempo casi se ha acabado uno de ellos me pregunta si alguna vez he visto una aurora. Le digo que sí, y en particular vi una especialmente brillante y bonita hace apenas unas semanas: una coreografía fantasmagórica de esmeralda y turquesa, iridiscente y sinuosa, cambiante y perfecta. Noto entusiasmo y emoción en su voz cuando me responde que ellos también la vieron – y es extraño pensar que compartimos esta experiencia separados por miles de kilómetros.

La comunicación se pierde así que no me da tiempo a añadir un pensamiento que se me ocurre tras un momento de retraso: cada vez que miramos al cielo y admiramos las mismas estrellas, estamos compartiendo la misma experiencia con todos aquellos que todavía saben soñar. 


martes, 1 de octubre de 2013

Escenas de la vida en el espacio: 3ª parte


Retrasos
Lanzamiento de Cygnus / Imagen: NASA
El retraso de la nave de carga Cygnus nos recuerda que las compañías espaciales están a la vanguardia de la exploración tecnológica y no puedes permitirte pasar por alto ni el detalle más pequeño.

Cygnus también es la prueba de que la experiencia adquirida durante más de 40 años no se ha perdido: a pesar del problema con el software que retrasó la aproximación y captura del Cygnus, el cargamento y la tripulación de la Estación no estuvieron nunca en peligro. En los vuelos espaciales trabajamos bajo estrechos márgenes y cualquier error puede tener consecuencias catastróficas, por eso es reconfortante poder contar con los equipos de los centros de control en la Tierra que nos protegen y minimizan el riesgo, permitiéndonos trabajar en las mejores condiciones. El apoyo de estos hombres y mujeres es un privilegio inmenso, algo que, una vez más, no puedes dar por supuesto.

TMA-10M

Expedición 37 / Imagen: NASA

Son casi las 21:00 en la Estación, acabamos de pasar el terminador y fuera ya es de noche mientras volamos sobre Kazajistán. La mayoría de las luces a mi alrededor están apagadas, pero las ventanas de la Cúpula reflejan la luz azul de los monitores de la estación. Intento usar una cubierta de ventana del Space Shuttle – dejada hace años tras una misión del transbordador – para reducir el brillo, pero no creo que vea nada. A la hora del despegue, Baikonur estará aproximadamente 30° bajo el horizonte, a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia. Me gustaría ver la salida de la Soyuz TMA-10M: dentro va la tripulación que compone la otra mitad de la Expedición 37, pero sobre todo van tres amigos que llenarán el vacío que dejaron los anteriores miembros de la tripulación Chris, Sasha y Pavel. Me imagino a la nueva tripulación abrochada en sus asientos, ocupados comprobando procedimientos, intoxicados por una emoción controlada. Conozco sus pensamientos, porque sólo hace unos meses - ¿hace una eternidad? – los mismos pensamientos pasaron por mi mente. Me imagino el lanzamiento a través de sus ojos, con el semblante serio, concentrados, con confianza, y puedo oír cada sonido que pasa por sus cascos.

No puedo ver nada y observo en mi reloj con decepción que la hora de la partida ya ha pasado: Karen, que estaba conmigo hasta ese momento, se va para realizar otras tareas. Yo decido quedarme un poco más, y miro las pocas luces humanas que todavía son visibles en el desierto de Kazakh. Una de las luces parece brillar más que las demás. Atrae mi atención y sé que estoy mirando a la Soyuz ascendiendo hacia el espacio. Llamo a Karen, pero no me puede oír y yo no puedo apartar la mirada. La luz, muy lejana, aumenta en intensidad y con una magnífica llamarada desaparece por un instante y vuelve a comenzar otra vez, menos intensa. Me doy cuenta de que probablemente acabo de presenciar la separación de la tercera etapa del cohete, aunque no puedo estar seguro.

La Estación Espacial continua su vuelo y la Soyuz desaparece detrás del horizonte, como si el magnífico espectáculo de hace unos instantes nunca hubiera sucedido. Pero los vi.

Llegada de la Expedición 37

La Expedición 37 se prepara para entrar a la ISS / Imagen: NASA
Fyodor abre la escotilla del módulo MRM2 y el mecanismo de cierre. Los sensores de la escotilla tienen el tranquilizador aspecto de un sólido equipo espacial y son claramente visibles. Esperamos a que la tripulación de la Soyuz gire la rueda del otro lado para abrir la escotilla y unirse a nosotros.

Cuando por fin Oleg gira la rueda, la apertura es sorprendentemente silenciosa. En contraste, nosotros somos ruidosos mientras nos reímos y damos la bienvenida con un caluroso abrazo a los recién llegados. El pequeño módulo está lleno con la tripulación de la Expedición 37. Nuestra alegría incontenible inunda el resto de la Estación.

El tiempo pasa increíblemente rápido aquí arriba, pero mi llegada de hace unos meses parece un recuerdo lejano, aunque muy intenso: mirando las expresiones en los rostros de mis amigos, veo la misma exuberante mezcla de emociones que me sobrecogió cuando llegué. Las mascarillas quirúrgicas que llevaban puestas para sorprendernos no pueden esconder la sonrisa en sus ojos.

Llamada a la nueva tripulación
Durante sus llamadas a las familias y amigos que siguieron los eventos desde tierra, puedo oír la emoción en sus voces – inmutable incluso a miles de millas de distancia. Recuerdo las primeras palabras de mi madre en el día de mi llegada: “Luca, soy mamá…” – como si no hubiera reconocido inmediatamente la voz más dulce de todas, un sonido que incluso el ruido de un motor espacial nunca podría esconder, una melodía que incluso el vacío del espacio nunca podría cambiar.