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Concordia / Imagen: Christophe Leroy-Dos Santos |
La órbita de la Estación Espacial Internacional nos permite
ver la mayor parte de la superficie terrestre, pero una línea inevitable impide
la vista más allá del horizonte. Entre las zonas que nunca veremos desde
nuestro privilegiado punto de vista están los polos de la Tierra. Nuestra vista
roza los círculos polares, pero termina alrededor de los 70°
de latitud, haciendo que esas regiones fascinantes, inexploradas e inhóspitas
sean imposibles de ver.
Recientemente tuve la oportunidad de
acercarme un poco más, aunque fuera virtualmente, a este mundo desconocido para la
mayoría de la gente, a través de la experiencia de nueve personas
extraordinarias: Anne-Marie, Antonio, Elio, Evangelos, Olivier, Helen, Albane,
Luigi y Simonetta. Recibí una calurosa bienvenida en el Concordia, la base de
investigación italo-francesa en la Antártida.
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Foto de grupo del Concordia / Imagen: Yann Reinert |
A través de una conexión por satélite,
la ESA organizó un encuentro entre dos entornos en condiciones extremas: la
Estación Espacial y la estación de la Antártida, distantes y aún así
curiosamente parecidas. Mientras hablábamos de experimentos, investigación y
tecnología, nos dimos cuenta de que a pesar de la distancia física, nuestras
experiencias están unidas por la misma pasión, como una llama que supera los
obstáculos y barreras, prendiendo fuego a nuestros espíritus, alimentando
nuestros deseos, incinerando la fatiga y transformando nuestra experiencia.
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Imagen: IPEV/PNRA-A. Litterio |
Observo una por una las caras en la
pequeña pantalla, son todos receptivos y amables exploradores de las fronteras
del mundo, y los imagino relajándose al finalizar la jornada de trabajo, confortados
por una buena cena compartida en la sala común: detrás de ellos veo estanterías
llenas de libros, una mesa, platos, objetos comunes que se vuelven
extraordinarios cuando pienso dónde están. Los saludo como si fuera uno de
ellos, y la familiaridad del lenguaje de los exploradores me ayuda a relajarme
y disfrutar de la conversación. Me olvido de dónde estoy mientras intento
responder a sus preguntas y hacerles las mías a ellos. Estoy intrigado por la
similitud de nuestras experiencias. Muchos de los experimentos fisiológicos que
están realizando son parecidos a los que llevamos a cabo en la Estación
Espacial. Ellos también sufren la separación de sus seres queridos durante muchos
meses, y muchas de sus ingeniosas soluciones para vivir en aislamiento me
recuerdan a las nuestras en la Estación Espacial Internacional.
Hablamos un buen rato y cuando el tiempo
casi se ha acabado uno de ellos me pregunta si alguna vez he visto una aurora.
Le digo que sí, y en particular vi una especialmente brillante y bonita hace
apenas unas semanas: una coreografía fantasmagórica de esmeralda y turquesa,
iridiscente y sinuosa, cambiante y perfecta. Noto entusiasmo y emoción en su
voz cuando me responde que ellos también la vieron – y es extraño pensar que
compartimos esta experiencia separados por miles de kilómetros.
La comunicación se pierde así que no me
da tiempo a añadir un pensamiento que se me ocurre tras un momento de retraso:
cada vez que miramos al cielo y admiramos las mismas estrellas, estamos compartiendo la misma experiencia con todos aquellos que todavía saben soñar.
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