sábado, 5 de octubre de 2013

Concordia


Concordia / Imagen: Christophe Leroy-Dos Santos
La órbita de la Estación Espacial Internacional nos permite ver la mayor parte de la superficie terrestre, pero una línea inevitable impide la vista más allá del horizonte. Entre las zonas que nunca veremos desde nuestro privilegiado punto de vista están los polos de la Tierra. Nuestra vista roza los círculos polares, pero termina alrededor de los 70° de latitud, haciendo que esas regiones fascinantes, inexploradas e inhóspitas sean imposibles de ver.

Recientemente tuve la oportunidad de acercarme un poco más, aunque fuera virtualmente, a este mundo desconocido para la mayoría de la gente, a través de la experiencia de nueve personas extraordinarias: Anne-Marie, Antonio, Elio, Evangelos, Olivier, Helen, Albane, Luigi y Simonetta. Recibí una calurosa bienvenida en el Concordia, la base de investigación italo-francesa en la Antártida.

Foto de grupo del Concordia / Imagen: Yann Reinert
A través de una conexión por satélite, la ESA organizó un encuentro entre dos entornos en condiciones extremas: la Estación Espacial y la estación de la Antártida, distantes y aún así curiosamente parecidas. Mientras hablábamos de experimentos, investigación y tecnología, nos dimos cuenta de que a pesar de la distancia física, nuestras experiencias están unidas por la misma pasión, como una llama que supera los obstáculos y barreras, prendiendo fuego a nuestros espíritus, alimentando nuestros deseos, incinerando la fatiga y transformando nuestra experiencia.

Imagen: IPEV/PNRA-A. Litterio
Observo una por una las caras en la pequeña pantalla, son todos receptivos y amables exploradores de las fronteras del mundo, y los imagino relajándose al finalizar la jornada de trabajo, confortados por una buena cena compartida en la sala común: detrás de ellos veo estanterías llenas de libros, una mesa, platos, objetos comunes que se vuelven extraordinarios cuando pienso dónde están. Los saludo como si fuera uno de ellos, y la familiaridad del lenguaje de los exploradores me ayuda a relajarme y disfrutar de la conversación. Me olvido de dónde estoy mientras intento responder a sus preguntas y hacerles las mías a ellos. Estoy intrigado por la similitud de nuestras experiencias. Muchos de los experimentos fisiológicos que están realizando son parecidos a los que llevamos a cabo en la Estación Espacial. Ellos también sufren la separación de sus seres queridos durante muchos meses, y muchas de sus ingeniosas soluciones para vivir en aislamiento me recuerdan a las nuestras en la Estación Espacial Internacional.

Hablamos un buen rato y cuando el tiempo casi se ha acabado uno de ellos me pregunta si alguna vez he visto una aurora. Le digo que sí, y en particular vi una especialmente brillante y bonita hace apenas unas semanas: una coreografía fantasmagórica de esmeralda y turquesa, iridiscente y sinuosa, cambiante y perfecta. Noto entusiasmo y emoción en su voz cuando me responde que ellos también la vieron – y es extraño pensar que compartimos esta experiencia separados por miles de kilómetros.

La comunicación se pierde así que no me da tiempo a añadir un pensamiento que se me ocurre tras un momento de retraso: cada vez que miramos al cielo y admiramos las mismas estrellas, estamos compartiendo la misma experiencia con todos aquellos que todavía saben soñar. 


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