viernes, 23 de agosto de 2013

Escenas de la vida en el espacio

Sábado

Hoy Karen y Chris han estado ocupados durante toda la mañana, primero monitoreando la aproximación de la HTV-Kounotori 4 -  la “Cigüeña Blanca” que nos trae aprovisionamientos japoneses, experimentos y materiales – y después con su captura, llevada a cabo por Karen con delicadeza y habilidad.

Al igual que escribí con la llegada de la ATV-4, la llegado de un vehículo de cargamento es siempre emocionante. A diferencia de las naves de cargamento que se acoplan automáticamente al segmento ruso, las del segmento americano son “capturadas” por el Canadarm2, controlado por un operador. Hasta ahora, los vehículos de transporte japoneses han sido muy estables pero la operación de captura sigue siendo extremadamente delicada y son necesarias muchas horas de entrenamiento para resolver situaciones potencialmente desastrosas. Otra diferencia es que la aproximación puede seguirse en directo a través de la Cúpula, que es también desde donde controlamos la captura. Es un evento con su propia belleza particular, que yo describiría como “elegantemente tecnológica”. Kounotori brilla mientras la luz solar se refleja en su superficie dorada: no tiene “alas” como la ATV pero es de tamaño similar y mientras se acerca lentamente no puedo evitar levantarme y mirar con asombro a esta enorme máquina que se mueve de manera tan precisa y controlada. Observo los chorros arrítmicos de gas saliendo de la boquilla del motor y la HTV comienza a rotar para alinearse para la maniobra de acople, ahora ya sólo a unos metros del brazo robótico que ya está preparado esperando. La coreografía silenciosa, a pesar de su sencillez, es emocionante.

Mirando al monitor, la HTV aparece perfectamente quieta a través de la cámara del Canadarm2. Karen recibe autorización para la captura, comienza la aproximación y pide a Chris que ejecute la orden “free drift” (vuelo libre) para la HTV: desde ahora, cualquier rotación o movimiento no será corregido por los motores.

Durante 99 largos segundos, Karen guía el brazo robótico hábilmente y una vez en posición, presiona el “gatillo” que activa el sistema mecánico que enlaza el interfaz de la nave con el Canadarm2. Todo ocurre con precisión y el silencio sólo es interrumpido por la comunicación del tiempo y distancia que apunta Chris y las respuestas de Karen. Chris lee los parámetros y confirma tranquilamente la captura de la HTV-4: la cigüeña ha alcanzado su destino y está lista para entregar su paquete.

Domingo

Ayer los controladores de tierra “engancharon” al HTV4 a la estación y ahora depende de mí y de Karen hacer el trabajo necesario para abrir la escotilla. El proceso de ecualización y reconfiguración es largo y complejo y completarlo nos lleva la mañana entera. Pero cuando desde el control de tierra encienden las luces y echamos el primer vistazo del inmaculado interior del vehículo a través de la escotilla, se enciende una inevitable sonrisa en la cara de Karen y estoy seguro de que en mi cara también hay otra similar. A continuación, el hora de abrir la escotilla: me siento honorado cuando Chris y Karen me dicen que lo haga yo -  un pequeño regalo para el “hermano menor”. Ejecuto el procedimiento con el equipo protector personal (máscara y gafas, por si hubiera algo de polvo en la atmósfera de la HTV): abro la puerta y me deslizo dentro del módulo presurizado. El analizador portátil confirma que no hay contaminantes en la atmósfera: el resto de la tripulación puede entrar de forma segura.

Por la tarde, Chris tiene la tarea de comenzar a abrir cargamente de la HTV. La “coreografía” que nos han enviado desde tierra detalla el orden exacto para abrir cada contenedor y en qué lugar de la Estación debería ser colocado el material. Pero el primer contenedor es especial: contiene regalos de nuestras familias – todo en unos pocos centímetros cúbicos pero lleno de recuerdos, sabores, colores y olores de nuestro planeta.

Con la misma expectación temblorosa de un niño que está a punto de abrir el regalo más grande en su cumpleaños, voy abriendo uno por uno los paquetes que mi mujer Kathy ha preparado cuidadosamente. Con una sonrisa que va en aumento, encuentro paquetes individuales de guindilla verde, una especialidad de Nuevo México que hace que hasta la comida más sosa sea apetitosa. Kathy las ha enviado en cantidades industriales, y habrá suficiente para todos, ¡tanto de esta expedición como de la siguiente! También hay unos cuantos envases de una famosa crema de avellanas – normalmente no soy goloso pero esta especialidad italiana sabe a mi infancia, y ya me estoy imaginando mis futuros desayunos… Después también encuentro algunos libros que reconozco inmediatamente porque los he leído docenas de veces: llenos de colores e imaginación, les he contado estas historias una y otra vez a mis hijas cuando estaban acostadas en la cama, haciéndoles compañía con mi voz mientras se quedaban dormidas.


Pero, como siempre, es el último paquete el que me transporta lejos de esta nave y me lleva de vuelta a la Tierra en una ráfaga de emociones que casi me sobrepasa, causando lágrimas en mis ojos. Plegado dentro de una sencilla bolsa de plástico, se encuentran unos coloridos pedazos de tela: dos cuadrados del tamaño de unos pañuelos, cortados de las mantas de mis hijas. Son suaves y aromáticos; los sujeto frente a mi cara y me sumerjo en el dulce, único e inconfundible olor de mis hijas. Casi puedo sentir el calor de su abrazo y me dejo envolver en la ternura sentida por un padre a través del amor de sus hijas.

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