Sábado
Hoy Karen y Chris han estado ocupados durante toda la
mañana, primero monitoreando la aproximación de la HTV-Kounotori 4 - la “Cigüeña Blanca” que nos trae
aprovisionamientos japoneses, experimentos y materiales – y después con su
captura, llevada a cabo por Karen con delicadeza y habilidad.
Al igual que escribí con la llegada de la ATV-4, la llegado
de un vehículo de cargamento es siempre emocionante. A diferencia de las naves
de cargamento que se acoplan automáticamente al segmento ruso, las del segmento
americano son “capturadas” por el Canadarm2, controlado por un operador. Hasta
ahora, los vehículos de transporte japoneses han sido muy estables pero la
operación de captura sigue siendo extremadamente delicada y son necesarias
muchas horas de entrenamiento para resolver situaciones potencialmente
desastrosas. Otra diferencia es que la aproximación puede seguirse en directo a
través de la Cúpula, que es también desde donde controlamos la captura. Es un
evento con su propia belleza particular, que yo describiría como “elegantemente
tecnológica”. Kounotori brilla mientras la luz solar se refleja en su
superficie dorada: no tiene “alas” como la ATV pero es de tamaño similar y
mientras se acerca lentamente no puedo evitar levantarme y mirar con asombro a
esta enorme máquina que se mueve de manera tan precisa y controlada. Observo
los chorros arrítmicos de gas saliendo de la boquilla del motor y la HTV
comienza a rotar para alinearse para la maniobra de acople, ahora ya sólo a
unos metros del brazo robótico que ya está preparado esperando. La coreografía
silenciosa, a pesar de su sencillez, es emocionante.
Mirando al monitor, la HTV aparece perfectamente quieta a
través de la cámara del Canadarm2. Karen recibe autorización para la captura,
comienza la aproximación y pide a Chris que ejecute la orden “free drift”
(vuelo libre) para la HTV: desde ahora, cualquier rotación o movimiento no será
corregido por los motores.
Durante 99 largos segundos, Karen guía el brazo robótico
hábilmente y una vez en posición, presiona el “gatillo” que activa el sistema
mecánico que enlaza el interfaz de la nave con el Canadarm2. Todo ocurre con
precisión y el silencio sólo es interrumpido por la comunicación del tiempo y
distancia que apunta Chris y las respuestas de Karen. Chris lee los parámetros
y confirma tranquilamente la captura de la HTV-4: la cigüeña ha alcanzado su
destino y está lista para entregar su paquete.
Domingo
Ayer los controladores de tierra “engancharon” al HTV4 a la
estación y ahora depende de mí y de Karen hacer el trabajo necesario para abrir
la escotilla. El proceso de ecualización y reconfiguración es largo y complejo
y completarlo nos lleva la mañana entera. Pero cuando desde el control de
tierra encienden las luces y echamos el primer vistazo del inmaculado interior
del vehículo a través de la escotilla, se enciende una inevitable sonrisa en la
cara de Karen y estoy seguro de que en mi cara también hay otra similar. A
continuación, el hora de abrir la escotilla: me siento honorado cuando Chris y
Karen me dicen que lo haga yo - un
pequeño regalo para el “hermano menor”. Ejecuto el procedimiento con el equipo
protector personal (máscara y gafas, por si hubiera algo de polvo en la
atmósfera de la HTV): abro la puerta y me deslizo dentro del módulo
presurizado. El analizador portátil confirma que no hay contaminantes en la
atmósfera: el resto de la tripulación puede entrar de forma segura.
Por la tarde, Chris tiene la tarea de comenzar a abrir
cargamente de la HTV. La “coreografía” que nos han enviado desde tierra detalla
el orden exacto para abrir cada contenedor y en qué lugar de la Estación
debería ser colocado el material. Pero el primer contenedor es especial:
contiene regalos de nuestras familias – todo en unos pocos centímetros cúbicos
pero lleno de recuerdos, sabores, colores y olores de nuestro planeta.
Con la misma expectación temblorosa de un niño que está a
punto de abrir el regalo más grande en su cumpleaños, voy abriendo uno por uno
los paquetes que mi mujer Kathy ha preparado cuidadosamente. Con una sonrisa
que va en aumento, encuentro paquetes individuales de guindilla verde, una
especialidad de Nuevo México que hace que hasta la comida más sosa sea
apetitosa. Kathy las ha enviado en cantidades industriales, y habrá suficiente
para todos, ¡tanto de esta expedición como de la siguiente! También hay unos
cuantos envases de una famosa crema de avellanas – normalmente no soy goloso
pero esta especialidad italiana sabe a mi infancia, y ya me estoy imaginando
mis futuros desayunos… Después también encuentro algunos libros que reconozco
inmediatamente porque los he leído docenas de veces: llenos de colores e
imaginación, les he contado estas historias una y otra vez a mis hijas cuando
estaban acostadas en la cama, haciéndoles compañía con mi voz mientras se
quedaban dormidas.
Pero,
como siempre, es el último paquete el que me transporta lejos de esta nave y me
lleva de vuelta a la Tierra en una ráfaga de emociones que casi me sobrepasa,
causando lágrimas en mis ojos. Plegado dentro de una sencilla bolsa de
plástico, se encuentran unos coloridos pedazos de tela: dos cuadrados del
tamaño de unos pañuelos, cortados de las mantas de mis hijas. Son suaves y
aromáticos; los sujeto frente a mi cara y me sumerjo en el dulce, único e
inconfundible olor de mis hijas. Casi puedo sentir el calor de su abrazo y me
dejo envolver en la ternura sentida por un padre a través del amor de sus
hijas.
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