lunes, 9 de septiembre de 2013

El miedo y otros demonios


Imagen: NASA
Una de las preguntas que me hacen más a menudo es: “¿Vosotros los astronautas tenéis miedo alguna vez?”. Es una pregunta que siempre me pilla por sorpresa y encuentro difícil responderla en pocas palabras.

La tentación de responder simplemente “no” es grande, todo el mundo daría un suspiro de alivio y seguirían pensando que hay hombres y mujeres fuera de lo común que trabajan sin miedo: astronautas. Pero los súper-humanos no existen, y es mejor así.

Mi humilde opinión es que sólo los tontos dicen que nunca tienen miedo, y mienten cuando lo dicen. El miedo es una serie de sensaciones, un mecanismo primordial que se ha desarrollado durante milenios de evolución para preservar nuestras vidas. Sería un desperdicio no utilizar esa herramienta. Pero como cualquier herramienta, puede ser usada correcta o incorrectamente: un bisturí, en las expertas manos de un cirujano puede salvar una vida, mientras el mismo bisturí puede ser letal si se utiliza sin habilidad y conocimiento.

De la misma manera, el miedo tiene un efecto fisiológico que puede ser usado para responder mejor en situaciones críticas. Nuestra frecuencia cardíaca aumenta, llevando más sangre a los músculos, preparándolos para reaccionar. La adrenalina liberada nos hace más fuertes y menos sensibles al dolor y la fatiga. El miedo es una forma de estrés que puede ser canalizada para llevar nuestro rendimiento al máximo, una forma de estrés positivo llamado “eustress”. Lo importante es no llegar a la angustia o el pánico, ya que inmovilizan a la gente y nos hacen incapaces de responder en situaciones críticas.

Imagen: Aeronautica Militare
La mejor manera de aprender a manejar el miedo es a través de la preparación, entrenamiento y estudio. Al fin y al cabo, es lo que no conocemos lo que nos asusta. En un vuelo orbital o suborbital la mejor manera de eliminar el miedo es conocer tu aeronave y sus procedimientos lo mejor que puedas. Adquirir experiencia es la forma indispensable e irremplazable para afrontar situaciones para las que no estamos entrenados. Es imposible, y no siempre útil, anticipar todos los escenarios posibles.

Un piloto militar o civil sabe que volar es arriesgado. La posibilidad de que pase algo serio es muy baja, pero las consecuencias pueden ser desastrosas. La labor de los pilotos y los equipos que trabajan detrás de ellos es minimizar ese riesgo. Lo mismo se puede decir de cualquier otro entorno laboral, incluido el aeroespacial. Si me pongo a pensar en algunos de los momentos más arriesgados de mi vida, me doy cuenta de que el miedo es una sensación que está silenciosamente sin molestarme: durante mi despegue, mi concentración estaba enfocada en los procedimientos y herramientas. Durante mis paseos espaciales, mi atención estaba absorta con la propia experiencia. En ambos casos, todo estaba realzado por la confianza que tengo en la ciencia y los ingenieros que construyeron las máquinas que utilizamos y los equipos de hombres y mujeres que, desde la distancia, nos apoyan para crear un formidable “equipo tetragonal”.

Otras preguntas que me suelen hacer y requieren respuestas complejas se refieren a mi familia. Antes que  astronauta y oficial de la fuerza aérea, soy hijo, marido y padre. En algún lugar en la Tierra circulando debajo de nosotros a 28.000 km/h, hay una madre cuyo corazón palpita con cada despegue y aterrizaje y un padre con una fuerza estoica cuya sonrisa oculta su preocupación. Mi mujer no eligió mi trabajo pero afronta los quehaceres diarios de la vida y siempre aparece con un rostro sereno con dos niñas que todavía no pueden entender porque su papá no viene a casa cada noche como los papás de sus amigos. Soy consciente de ello. Pensar en mis compañeros pilotos de la fuerza aérea, héroes cotidianos llevando a cabo misiones en todo el mundo, me pone en perspectiva y me doy cuenta de lo privilegiado que soy. Comparado con su sacrificio, mis esfuerzos son insignificantes, aunque necesarios. Es mi homenaje a esos pilotos, trabajando lejos de sus hogares y familias, cumpliendo con su deber, en países extranjeros bajo muchos horrores y otros demonios, sin pedir nada a cambio, ni siquiera gratitud de su país.

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